10.2.11

INTRODUCCIÓN

Dejé Argentina cuando tenía veinte años de edad. Londres, donde estudiaba Economía, aún se estaba recuperando de la guerra y las librerías de usados eran muy comunes. Por razones que no podría explicar, ese tipo de comercio siempre me ha resultado irresistible- especialmente los que casi no se diferenciaban de una feria de caridad. Los libros nunca estaban clasificados ni tenían puesto el precio. Por lo general se apilaban en altas parvas polvorientas propensas a caerse si, con descuidada curiosidad, se exploraban aquellos que se hallaban en la base.

Los precios los establecía el dueño, que normalmente no tenía interés en los libros en sí mismos, pero que los tasaba conforme a los presuntos medios económicos del comprador y al interés que éste manifestaba por el libro. Siendo yo un estudiante que se cuidaba de no mostrar ningún interés, pude hacerme de muchas gangas.

Mi primer adquisición valiosa fue una primera edición de The Trial of Lieutenant General Whitelocke (El juicio al Teniente General Whitelocke), 1809, que detalla la corte marcial al General que fracasó en su intento de  apoderarse Buenos Aires (no fue el último en descubrir lo insensatos que pueden ser los ataques dudosos a ciudades en las que existe resuelta oposición popular). Pude comprar ese libro por un chelín.

Con el correr de los años tuve la posibilidad de adquirir muchos otros fascinantes libros caídos en el olvido, en los que autores británicos escribían sobre los comienzos de la Argentina. Algunos de los que compré fueron: el libro de Musters sobre el año que pasó viajando con los indios patagónicos, el espléndido relato de Lucas Bridges sobre cómo su familia pobló Ushuaia (autografiado), los relatos de los hermanos Robertson acerca de su vida y la gente que conocieron el periodo inmediato posterior a la independencia, y el relato de Miller sobre sus sorprendentes hazañas en las guerras de la independencia que lo llevaron a él, un General a los veintiocho años, a estar al frente de “la mejor caballería del mundo” en una última y salvaje arremetida en la Batalla de Ayacucho, que puso fin al control de España en el continente.

Muchos de los relatos sobre personajes públicos que hicieron estos autores -que los conocieron a todos ellos personalmente- y también sus descripciones de la vida social de la época, arrojan una fascinante luz sobre un pasado del cual muy pocos podrían haber estado al tanto. Las observaciones y los contactos políticos de los Robertson son tan impresionantes como ellos perspicaces, y retratan con encanto tanto su placer en las tertulias como la belleza y vivacidad de las damas que frecuentan.

Como economista que ha empleado su vida buscando colaborar con el proceso de desarrollo social y económico de los países emergentes, encuentro que las extraordinarias historias humanas que surgen de estos libros tienen la utilidad de enfatizar la importancia de la cultura y la iniciativa individual en la formación del futuro de las sociedades, y de resaltar que el progreso económico no fue sólo cuestión de esfuerzo económico.

A consecuencia de mi edad el pasado ha cobrado para mí mayor interés que el futuro, y por eso se me ocurrió que podría compartir con un público más amplio el contenido de estos libros que es tan difícil obtener –e incluso a veces  imposible. Es lo que intento hacer con esta publicación.

Mi decisión se consolidó cuando me encontré con el enorme esfuerzo de investigación realizado por el historiador argentino recientemente fallecido Emilio Fernández Gómez en su epopeya de cuatro tomos La Gesta Británica en la República Argentina. Ésta es una extraordinaria recopilación de información acerca de cómo el pueblo británico ha contribuido con el desarrollo de Argentina. Fernández Gómez hurgó en añares de informes de periódicos locales del siglo XIX para  crear el que sería por muchos años el libro de referencia de mayor autoridad en el tema.

Allí enumera los comerciantes que contribuyeron con la primera Biblioteca Nacional, los que aportaron a los fondos para los heridos en las guerras por la independencia, los muchos marinos británicos que lucharon y que murieron luchando por Argentina; rastrea los británicos que pelearon con San Martín, los ganaderos que introdujeron nuevas razas de vacas, ovejas y caballos de carrera, y por supuesto, los que trajeron el fútbol a Argentina. Fue una gran sorpresa el enterarme por su obra que el Club Atlético de Lomas, donde pasé gran parte de mi juventud, ganó el primer torneo argentino de fútbol en 1893, título que defendió y mantuvo durante seis años.

Fernández Gómez asegura que él es el primer historiador en escribir acerca del alcance del impacto de los británicos en Argentina. No estoy en condiciones de poder juzgar su aserción, pero en lo que respecta la amplitud de su cobertura sin duda tiene razón. Es escandalosamente anglófilo, una postura bastante impopular, aunque un cambio bienvenido para un historiador.

Sin embargo, lo que me sorprendió sobremanera fue su asombro ante la enorme contribución que Gran Bretaña había hecho para que Argentina se estableciera como uno de los mayores países cuya economía se basaba en el comercio exterior en los comienzos del siglo XX. De alguna manera yo suponía que esto era obvio. Fernández Gómez se ha aprestado a intentar remediar esta situación con un entusiasmo tremendo y una investigación impresionante. Que descanse en paz.

Entonces, mi libro pretende ser un modesto aporte para recordarnos la gran cantidad de gente de Gran Bretaña que contribuyó al desarrollo de Argentina. Me gustaría señalar que en ocasiones he extendido el uso del término “pionero” en este libro. En particular, con prerrogativa de autor, he incluido a un personaje extraordinario, John Miller, cuyos logros fueron tantos que no me pude resistir a relatar sus hazañas con San Martín, aunque todas, en realidad, tuvieron lugar en países limítrofes.

Para los interesados en leer más sobre el impacto que muchos británicos hicieron en la vida temprana de la República me gustaría sugerir algunos libros que bien vale la pena leer. Si bien algunos no están disponibles en el mercado deberían poder encontrarse en bibliotecas.

 
The Forgotten Colony (La colonia olvidada) de Andrew Graham-Yooll, 1981, es una excelente introducción a la participación británica en Argentina.

  






Far Away and Long Ago (Allá lejos y hace tiempo) de W. H. Hudson, 1918, fue escrito en unas semanas en Cornwall, cuando él tenía setenta y ocho años. Narra su vida temprana en Argentina, y es consi-derada por muchos críticos como una de las más geniales autobio-grafías en lengua inglesa, que cuenta con las más exquisitas descripciones de la vida en las Pampas en el siglo XIX.



Su otro libro Idle Days in Patagonia (Días de ocio en la Patagonia), 1893, es un relato bellamente lánguido sobre un año en que vivió en el norte de la Patagonia.




 Otro gran clásico es Uttermost Part of the Earth (El último confín de la Tierra) de Lucas Bridges, 1948, que relata cómo su padre y su familia instauraron la cría de ovejas en las zonas más frías y ventosas del sur de la Patagonia. Además de ser una historia por demás extraña acerca de cómo se constituyó una empresa ganadera exitosa, la entrañable relación del autor con la actualmente desaparecida tribu de los onas, que trabajaba en su estancia y en los alrededores, la convierten en una magnífica obra de antropología social.

Cualquier interesado en seguir conociendo vida de John Miller (“el hombre más asombroso de toda la lucha por la independencia” según un historiador estadounidense) debería leer el relato que realiza Thomas Hudson de este personaje en The Honourable Warrior (El honorable guerrero), 2001.
.
Es sorprendente la poca cantidad que existe de historias de vivencias personales publicadas por primeros pobladores, pero las memorias de Jane Robson que ha editado recientemente Iain Stewart con el título From Caledonia to the Pampas (De Caledonia a las Pampas) es un raro y conmovedor relato personal sobre su vida y la de su familia, que llegó en el SS Symmetry en 1828. Es una historia de coraje descomunal e impresionante resolución que culmina exitosamente en Chascomús, donde su legado fue un salón comunal y una gran tumba, cerca de la iglesia escocesa que ella construyó junto a sus compatriotas escoceses.

Existen probablemente aún muchas historias de vida de pioneros en Argentina que languidecen en desvanes o en olvidadas estanterías y me gustaría creer que cualquiera que lea estos relatos y que posea otros de este tipo se va a asegurar de que lleguen al público.

Lamentablemente la mayoría de los libros que he usado como referencia son sumamente  raros y costosos, y por lo tanto, difíciles de obtener. Me gustaría creer que en algún lugar de Buenos Aires alguien podría establecer un archivo para los registros de las vidas de nuestros ancestros, que contribuyeron tanto al desarrollo de la Argentina moderna.

-oOo-

Capítulo I = Haga click AQUI

CÁPITULO I - El jesuita inglés

“ARGENTINA”  EN EL SIGLO XVIII

“Los caballos salvajes no tienen dueño, mas vagan en enormes tropillas por estas vastas planicies, corren de un lugar a otro de cara al viento; y en una expedición tierra adentro que hice en 1774 en la que permanecí por tres semanas en estas vastas planicies, los  había en número tan desmedido que durante dos semanas me rodearon continuamente. Algunas veces pasaban en gruesas tropillas, a toda velocidad, por dos o tres horas.

Mapa dibujado por Falkner
Esta es una descripción de las pampas de Thomas Falkner. El suyo fue uno de los primeros libros en dar una descripción detallada de las posesiones españolas que setenta años después se transformarían en Argentina.

El autor fue un fraile jesuita inglés. Su libro, publicado en 1774 en Inglaterra, se titulaba: A Description of Patagonia –and the adjoining parts of South America (Una descripción de la Patagonia –y las zonas contiguas de Sudamérica). A decir verdad el libro fue escrito partiendo de los apuntes de Falkner por un conocido autor a quien un aristócrata con ambiciones políticas -Robert Berkley- le encargó la tarea.  Era, en esencia, la primera descripción minuciosa de la geografía de la región del Río de La Plata.

Como una lectura del libro establece claramente, su propósito no era tan sólo académico. También se proponía alentar a las autoridades inglesas a interesarse en la región y probablemente a absorberla como posesión inglesa. Cuando se publicó causó gran consternación precisamente por estas razones. Esto no quiere decir que tal fuera la intención de Falkner.
Grabado de Falkner

Sin embargo su título no es muy acertado. La mayor parte de la obra se ocupa, más que de la Patagonia, de la descripción de las zonas que ahora son conocidas como las pampas y de las tierras altas del centro de Argentina, en Córdoba.

Por otra parte Falkner efectivamente proporciona un mapa del sur de Argentina y una descripción detallada de los indios de la zona. Debe tenerse en cuenta que en esos días los asentamientos españoles se extendían por no más de 100 km. al sur de Buenos Aires y, por consiguiente, no parecía absurdo describir estos vastos territorios ocupados por indios como “Patagonia”.

Pero, ¿qué demonios estaba haciendo un caballero inglés en una colonia española en el siglo dieciocho? Tenemos la suerte de contar con una monografía de Guillermo Furlong Cardiff sobre la vida de este hombre notable (“La personalidad y la obra de Thomas Falkner”). Desafortunadamente, aunque se publicó en 1929, no se consigue con facilidad, excepto en la Biblioteca Británica.

Thomas Falkner nació en Manchester en 1707. Su padre era doctor y no es sorprendente que se decidiera a seguir sus pasos. Todo indica que era un estudiante sobresaliente, ya que fue enviado a estudiar física y matemática con Isaac Newton.

De acuerdo a los relatos de sus contemporáneos “era uno de sus estudiantes favoritos”. Newton ya sería bastante anciano por ese entonces (murió en 1727) y también famoso, así que conseguir su tutela debe de haber sido un logro grandioso e inestimable. Luego Falkner prosiguió su educación estudiando medicina con el entonces célebre Dr. Meads.

¿Cómo puede ser que un médico y científico tan capaz terminara en esta remota colonia española, donde iba a pasar treinta y siete años de su vida? El Tratado de Utrecht de 1713 entre Inglaterra y España, que presagiaba la decadencia del Imperio Español, le otorgaba a Inglaterra el derecho a enviar un cargamento de esclavos por año desde África Occidental hasta Sudamérica, un derecho del cual tanto los mercaderes ingleses como los colonos españoles abusaban sobremanera y que terminó ocasionando la “Guerra de la oreja de Jenkins” en la que las autoridades españolas buscaban frenar las actividades de contrabando.

Sin embargo, en 1731, después de ejercer por un breve lapso en Manchester, se decidió que por el bien de su salud debería embarcarse como médico en uno de los barcos que llevaban esclavos a Sudamérica. Isaac Newton había adquirido acciones en la South Sea Company, que era responsable de este nefario comercio. Aunque Newton había fallecido algunos años antes, es posible que Falkner se hubiese enterado de esta posibilidad por su eminente profesor. Sin embargo, un autor, M. Mulhall, asegura que se embarcó hacia Sudamérica “debido a que conocía por casualidad al capellán de un barco que comerciaba con Guinea”.

La Sociedad Real (The Royal Society) que evidentemente tenía en alta estima sus condiciones, lo comisionó a estudiar las propiedades medicinales de las plantas y el agua del Río de la Plata.

Mapa dibujado por Falkner
Viajar en un barco de esclavos por motivos de salud puede sonar raro, pero ¿quién puede saber a tanta distancia cómo se llegó a esta decisión? No es sorprendente que cayera gravemente enfermo y tuvieran que dejarlo en Buenos Aires. Allí fue cuidado por el Padre Superior del Colegio Jesuita San Ignacio hasta que recuperó su salud. Quedó tan impresionado por los jesuitas que decidió unírseles.

Lo enviaron al famoso Colegio Jesuita de Córdoba en 1732 y allí finalmente se ordenó en 1740.

Los jesuitas ya hacía tiempo que habían logrado asentar sus Misiones con éxito en las planicies centrales de Sudamérica, donde los indios sedentarios se habían establecido en colonias agricultoras. En las Misiones no sólo les enseñaban técnicas de agricultura sino que también se los instruía en el oficio de la carpintería y la escultura, y se les enseñaba a leer y escribir, a componer música y a pintar. Estos importantes logros nunca han sido igualados en el continente. Sus asentamientos pudieron resistir los intentos de los colonos de esclavizar a los indios.

Falkner viajó a lo ancho y a lo largo de toda la región, en la cual -aunque estaba aún bajo el control de los indios- los jesuitas eran al menos respetados. Participó de una expedición por mar al Estrecho de Magallanes, posiblemente debido a su habilidad para comunicarse con los indios, a muchos de los cuales incluso había medido. Así había descubierto que en promedio su altura era de 6 pies (1,80 m.), siendo los más altos de 7 pies y 8 pulgadas (2, 37 m.).

Conociendo la curiosidad y la naturaleza viajera de Falkner es más que probable que participara en exploraciones terrestres durante la expedición.

En sus viajes llegó a conocer a las tribus indias extremadamente bien. Sin ninguna duda sus conocimientos de medicina lo ayudaron, y brinda descripciones excelentes del estilo de vida de esas culturas actualmente extintas.

Vivir en esas zonas implicaba grandes penurias, aunque nunca les faltaba carne para alimentarse. La hora de comer consistía en matar la bestia más cercana, comer los mejores trozos y abandonar el resto. Una estampa deliciosa del Padre Falkner aparece en el libro del Padre Dobrizhoffer, Account of the Abipones (Descripción de los Abipones) en el cual el primero se queja de que mientras dormía en las pampas unos perros salvajes se habían robado y comido su sombrero que, como lo usaba de plato, estaba todo impregnado de jugo de carne.

El Padre Falkner narra: “El mayor comercio en este país es el del ganado y la primera vez que fui allí el ganado con cuernos era tan abundante que corría en vastas manadas, salvaje y sin dueño, en las planicies a ambos lados de los ríos Paraná y Uruguay, y cubría todas las planicies de Buenos Aires, Mendoza, Santa Fe y Córdoba. La primera vez que llegué allí no transcurría un año sin que zarparan de cinco a ocho barcos desde Buenos Ayres, mayormente cargados con cuero. Se hacían inmensas carnicerías, y se aprovechaba solamente la grasa y el cuero; la carne la dejaban que se pudra.”

Lo que resulta asombroso es que solamente ocho barcos por año comerciaran con Buenos Aires. El Padre Falkner se refiere a la relevancia del ganado en la economía, y su libro también menciona una importante – a veces pasada por alto- forma de comercio adicional: “Este país puede disponer de poco para la exportación a Europa, con excepción de toros y cueros vacunos, y algo de tabaco, que crece bien en Paraguay. No obstante estas tierras son de máxima importancia para los españoles debido a que todas las mulas que se usan en Perú, o la mayor parte de ellas, vienen de Buenos Ayres y Córdoba, y algunas de ellas de Mendoza. Sin estos animales no tendrían posibilidad de comerciar o comunicarse con los países limítrofes, ya que las escabrosas  montañas del Perú sólo pueden cruzarse con mulas, y en aquel país no es posible criar esos animales, así que la pérdida de este país podría arrastrar consigo la pérdida de Perú y Chile.”

Esta última oración es una evidente invitación a Gran Bretaña para que se asegure para sí el “vientre blando” de las minas de plata más grandes del mundo. Ya que habían fracasado anteriormente en apoderarse de los estratégicos “puertos de plata” de Cartagena y Panamá, tenían aquí una opción más blanda. Esto se entiende a partir de lo siguiente: “Las personas de estos países son soldados muy indiferentes, y están tan disconformes con el Gobierno Español, las pérdidas comerciales, lo costoso de los productos europeos, y sobre todo con la gran cantidad de impuestos exorbitantes que estarían felices de entregarse a cualquier otra nación. Antes de que los jesuitas fueran expulsados de Paraguay podrían haber recibido ayuda de los Guaraníes, que estaban armados y disciplinados, y que ayudaron a someter a los insurgentes en Paraguay y a expulsar a los portugueses de Colonia de Santo Sacramento (actualmente Colonia, en Uruguay).”

Fue treinta y tres años después que los soldados británicos desembarcaron y se apoderaron de Buenos Aires y, tanto en esa ocasión  como en un segundo intento que realizaron al año siguiente, sufrieron humillantes derrotas. Es casi indudable, sin embargo, que este libro debe haber influido en quienes tomaron la decisión política de llevar adelante tal empresa.

Este fragmento merece también atención porque hace referencia al poder militar de las Misiones jesuíticas y también es un incómodo recordatorio a los uruguayos de que fueron los indios quienes expulsaron a los portugueses de la segunda ciudad en orden de importancia de Uruguay (a continuación los españoles traicionaron a sus aliados indios al expulsarlos con deslealtad de sus Misiones en Uruguay).

Sería erróneo, sin embargo, considerar el libro de Falkner como poco más que una instigación a la avidez inglesa. Es mayormente un libro acerca de la región por la cual viajó y el trabajo que allí realizó.

Una de sus Misiones se estableció no lejos de lo que hoy es el centro turístico de Mar del Plata, en una laguna que, en reconocimiento a la frustrada tarea evangelizadora del Padre Strobel y del mismo Falkner fue llamada “Laguna de los Padres”. Trabajaron con afán durante siete años y convencieron a 500 indios a asentarse allí, pero la Misión fracasó porque, según sus dichos: “los comerciantes españoles se metieron entre ellos”. Un problema más fundamental, sin embargo, para las Misiones en la zona nómada de las pampas era que no había cultivos que les proporcionaran los medios económicos para autoabastecerse en un lugar fijo –en Paraguay los cultivos comestibles y la yerba les permitieron asentarse con éxito y prosperar.

Según Mulhall, Falkner, al prestar servicios como médico en la Misión, logró tener una influencia extraordinaria sobre Cangapol, el gran cacique, al cual persuadió para que liberara a muchos prisioneros españoles.

En 1756, cuando un oficial español masacró una confiada tribu cerca de Chascomús, hubo un levantamiento liderado por un enfurecido Cangapol, y 4.000 hombres de la tribu devastaron toda la zona hasta Quilmes, ahora un suburbio de Buenos Aires. El Virrey, aterrorizado, tuvo que convocar a los jesuitas e implorarles que fueran a ver a Cangapol en una misión de paz.

Pareciera que los últimos años de la vida del Padre Falkner transcurrieron en Córdoba, en donde sus conocimientos de medicina lo habían vuelto uno de los más eminentes médicos del país. Sus intereses médicos y científicos se ponen de manifiesto en el siguiente fragmento: “El bálsamo del cacci fluye de una incisión en la parte superior del árbol. Es una goma dura –pero de color blanco cuando se hierve- y es un buen remedio cicatrizante para las heridas, y una buena vulneraria de uso interno.” “Dos indios resultaron gravemente heridos con una lanza angosta en la región epigástrica. Exactamente debajo del cartílago xifoides. La punta del arma salía del otro lado de la columna vertebral; lo que bebían brotaba inmediatamente por las heridas –se los administré por boca- y se restablecieron por completo, uno en tres semanas y el otro en seis meses.”

Escribió varios libros de medicina: uno de Anatomía, cuatro tomos sobre productos minerales y botánicos de América y un Tratado de dolencias americanas curados por drogas americanas. Desafortunadamente nunca se ha encontrado el paradero de estas publicaciones y manuscritos. ¿Será que quizás yacen sin haber sido “descubiertos” en la biblioteca de alguna casona campestre inglesa?

Con todo, no se limitó puramente a la ciencia médica, y fue el primero en informar sobre la existencia de esqueletos de “lagartos monstruosos”, de gigantescos armadillos y de otras criaturas sin identificar que una vez colmaron la región. Darwin y muchos otros científicos de la época citan a Falkner en sus obras, y el primero fue sin duda inspirado por él para buscar restos prehistóricos durante su visita a Argentina, sesenta años después.

No parece haber descuidado su vida religiosa, ya que Furlong Cardiff menciona un hecho curioso en su libro –que en 1762, durante un periodo de un mes en Córdoba “convirtió a veinte personas, en su mayoría ingleses, y bautizó a otros catorce”. Es difícil imaginar que andarían haciendo tantos ingleses en esta parte del mundo tan remota e inaccesible.

En 1767 los jesuitas fueron expulsados de Sudamérica –una catástrofe para los indios, a quienes habían ayudado tanto, y una victoria para los colonizadores, que temían su fortaleza, codiciaban sus supuestas riquezas, y que más que nada querían esclavizar a los aborígenes.

Dibujos de Falkner
El país perdió a su mejor doctor, probablemente a su único científico y a un gran misionero. Falkner regresó a Inglaterra y ofició como capellán de varias importantes  familias antes de su descanso final en Shropshire en 1784.

Thomas Pennant, un famoso escritor en esos tiempos, visitó a Falkner en muchas ocasiones y se hicieron amigos. Él escribió las descripciones de Falkner de muchas tribus aborígenes en una monografía titulada “Of the Patagonians” (“De los Patagónicos”). Pennant dice sobre Falkner: “…debido a su prolongado trato con todos los habitantes de la Patagonia parece haber perdido toda la capciosidad europea y haber incorporado toda la simplicidad y la honesta fogosidad de la gente con la cual ha estado en contacto durante tanto tiempo.”

Este “epitafio” que intenta ser amable no parece apropiado para un científico, un doctor, un académico y un gran misionero que dedicó su vida a la causa aborigen, y que fue la primera persona en realizar una descripción minuciosa de estas tierras remotas. El Padre Falkner merece más.

En Argentina su  nombre sigue vivo, de manera oscura y distante, en una laguna y una montaña que fueron bautizadas en su honor en la provincia patagónica de Neuquén.

REFERENCIAS

“A Description of Patagonia –and the adjoining parts of South America, Thomas Falkner. Editado por A. Neuman, 1935
“La personalidad y la obra de Thomas Falkner”, P.G. Furlong Cardiff, 1929
“Of the Patagonians” de la vida literaria de Thomas Pennant, 1793
“Laguna de Los Padres”, M. Mulhall- The Month, junio 1888
“Account of the Abipones”, Martín Dobrizhoffer, 1822
Dictionary of National Biography


-oOo-

Capítulo II = Haga click AQUI

CAPÍTULO II - Rebelión en Corrientes

En marzo de 1798 los indios Charrúas del norte de Corrientes, una provincia norteña de Argentina, cerca de Paraguay, se rebelaron.

Atacaron con éxito la Presidencia de la orden dominicana de la Rioja Menor, un asentamiento controlado por los jesuitas hasta que fueron expulsados en 1767. Exceptuando los sacerdotes, todos los españoles, incluyendo mujeres y niños, fueron asesinados. La batalla fue breve –duró menos de un día- pero las pérdidas, 1.200 muertos entre militares e indios, hicieron que esta rebelión fuese entendida como un reto por las autoridades españolas.
Las Misiones Jesuíticas, de las cuales existían alrededor de 30 en el fértil corazón de Sudamérica, fueron un raro ejemplo de eficaz intervención extranjera, diseñada para proteger a los nativos de la explotación y el exterminio de los colonizadores europeos. Por casi 150 años los jesuitas administraron estas comunidades económicamente autosuficientes, y demostraron que con instrucción y educación era posible que estos pueblos primitivos dominaran a la perfección disciplinas europeas como la arquitectura, la música y el arte. Además, para protegerse de los cazadores de esclavos provenientes de Brasil, lograron convertirse en una fuerza militar muy poderosa. Sin embargo, su éxito terminó llevándolos a la perdición, ya que se volvieron un impedimento cierto al suministro de mano de obra esclava para los colonos españoles.

La revuelta de los Charrúas fue uno de los últimos resultados del trágico destierro de los jesuitas, que había tenido lugar 30 años antes, después de que los relevara la corrupta administración local.

Contamos con un relato directo de esta tragedia ya hace tanto olvidada. Fue presenciada y registrada por un fraile dominico inglés. Su nombre era John Davie, y él y los otros religiosos no corrieron la suerte de los españoles porque habían entablado una estrecha relación con los indios. En realidad, dos de los frailes incluso apoyaron la rebelión.

El casi desconocido relato de John Davie se publicó como un libro bien redactado y de profundo contenido emocional, Letters from Paraguay (Cartas de Paraguay) -donde por “Paraguay” debe entenderse “Argentina”- en 1805.



















Poco se conoce de Davie, excepto lo que señala el Prefacio: que era “un caballero de educación humanista e importantes propie-dades que, siendo frustrados sus anhelos de felicidad con la mujer que amaba, decidió viajar para aliviar la tensión de su espíritu, y habiendo dejado su país para dirigirse a Nueva York, inició un intercambio de correspondencia con su íntimo amigo Taunton Deane”.

Su libro, que es de hecho un diario escrito con inmensa sensibilidad y gran lucidez, refleja su aborrecimiento ante la manera en que eran tratados los indios: “Cada Oficial tiene asignado un número de Nativos, y tan pronto estos perecen, los oficiales demandan una nueva cantidad. Tal insensato sacrificio gratuito de vidas, unido a los estragos espantosos que causa esa espantosa enfermedad viruela, van a terminar ocasionando su exterminio total”.

Davie termina como novicio católico en un Convento Dominico de forma puramente accidental. El barco en el que viaja desde Nueva York hacia Australia busca guarecerse en Montevideo debido a una tormenta. Davie cae gravemente enfermo, por lo que se ven obligados a dejarlo allí, desde donde es llevado a Buenos Aires para que los monjes dominicos cuiden de él. Al ver que una cruz pende de su cuello, los padres suponen que se trata de un católico romano -creencia que Davie juzga que no es prudente desmentir, ya que España se encuentra en guerra con Inglaterra en ese entonces. Se recupera, entabla una excelente relación con los padres y, aunque oficialmente es un prisionero, recibe un trato cordial y se le otorga la libertad de ir a la ciudad. Decide entonces volverse fraile dominico.

Rápidamente se gana la confianza de los monjes, y tiempo después se le concede su petición de visitar las Misiones. Viaja en balsa con otros tres dominicos río arriba, a Corrientes, no lejos de la frontera de lo que hoy es Paraguay, donde se les ha informado que la situación social está empeorando de manera alarmante.

Cuando los jesuitas fueron expulsados de sus Misiones, éstas quedaron bajo el control de los militares. Los inescrupulosos nuevos gobernantes se apoderaban de los tributos que los indios tenían costumbre de aportar en las Misiones y que siempre se había empleado en mejorar calidad de vida de los nativos. Además se temía que las nuevas autoridades quisieran esclavizar a los indios. Las Misiones jesuíticas, que fueron una de las formas más exitosas y sabias para ayudar a las vulnerables culturas agricultoras tradicionales se habían diseminado en distintos sectores del interior de Sudamérica. Los jesuitas construyeron iglesias magníficas, enseñaron oficios útiles a los nativos y los ayudaron a producir cultivos para la venta – principalmente yerba mate, una infusión muy popular.

Davie desarrolló gran admiración por los jesuitas, que hacía tanto habían sido desterrados: “Cuanto más pienso en esto más imagino cuánta inspiración habrán tenido los padres: pocos habrían perseverado ante sufrimientos tan espantosos; conocían el secreto mecanismo de las pasiones; comprendieron que la crueldad y el engaño no eran el camino para ganarse el corazón de estos seres rústicos y sin educación que viven en un estado natural”.

Sigue: “Los jesuitas juzgaron la situación y actuaron correctamente; la amabilidad y la persuasión lograron rescatar de las penumbras estas gemas de razón, que como el diamante, permanecieron ocultas en la oscuridad hasta que el ingenio del hombre encontró la manera de revelar sus bellezas. Espero que no sea pecado desear que este pueblo profundamente herido y que tanto ha sufrido logre hacer valer sus derechos y arroje a estos tiranos bárbaros de sus tierras.”

Lamentablemente el director religioso de la Misión, que podría haber influido en los hechos, muere cuando la rebelión está por ocurrir. Don Policarpio, el intensamente odiado Gobernador, hace arrestar a dos frailes -el Padre Miguel y el padre José- por su relación fraternal con los indios y por haberse aliado a la causa de los Charrúas. Davie describe la revuelta: “Me sacó de la ensoñación el fuerte y confuso estruendo de la multitud que se acercaba. En eso sentí el disparo de una bengala, los tambores llamaron a las armas y el penetrante grito de guerra de los indios hirió mis oídos. Aterrorizado me incorporé de mi silla y corrí a la ventana, pero de allí sólo se podía observar el jardín del convento. Me precipité hacia la puerta justo cuando ésta se abría y el indio amistoso que me había construido el confesionario entró a toda prisa seguido por unos 20 más. “Venga conmigo, Padre Matías” me dijo –ya que ése era mi título religioso- “con nosotros estará a salvo” ¿“Qué pasa?” grité “¿qué significa todo esto?- “El Padre Miguel y el Padre José (los frailes presos) fueron rescatados desde el río por unas tribus de Charrúas salvajes que se unieron a los indios del pueblo. Se han rebelado en masa y ahora rodean cada una de las casas de los  españoles, pero yo te mantendré a salvo”. Diciendo esto me arrojó parte de un cuero de puma sobre los hombros y me arrastró con él fuera del monasterio, hacia la Playa. Todo lo que atravesamos fue tumulto, horror y confusión.

Los militares huían en todas direcciones perseguidos por Charrúas armados con dardos puados, que arrojaban por el aire con increíble celeridad: “Los españoles estaban desprevenidos. Ésta era la revuelta que se había temido durante mucho tiempo, y que el Comandante, con demasiada seguridad, creía haber evitado. Me di cuenta, mientras andaba desde el monasterio hacia el río, que todos los que no llevaban un cuero de puma o  parte de él sobre los hombros eran de inmediato sacrificados, ya sea por los indios del pueblo o por los Charrúas. Cuando gané la Playa, lo primero que advertí fueron los cadáveres del Comandante y del Mayor General perforados por todas partes con dardos y flechas. Luego supe que lo arrastraron de su lecho y lo masacraron; su esposa y su familia murieron prácticamente de la misma manera, y tan repentino e inesperado fue el golpe que ni una sola de las personas que habían planeado matar había escapado.” “Los indómitos indios no le pusieron límite a su furia, sino que descargaron su venganza indiscriminadamente, sin hacer diferencias ni de edad ni de sexo. El tumulto en mi cabeza, mientras caminaba por sobre los cuerpos ensangrentados de los caídos, puede imaginarse mas no describirse.”

Cuando llegamos al salón comunitario encontré un gran número de indios vigilando a unos militares a los que habían hecho prisioneros sin herirlos, mas no pude saber la suerte que correrían. Mi indio amistoso me presentó a un amigo diciendo: “Él es amigo, no es español y debe ser protegido”.  El tumulto parecía intensificarse ahora, pero no se había disparado ni siquiera un arma de fuego: por lo que deduje que todo el infortunio… ¡era causado por flechas y dardos! El salón se llenó de indios del pueblo y jefes de las tribus salvajes, y me presentaron a todos ellos. Me miraban con una mezcla de sorpresa y admiración, debido al color de mi piel; nunca habían visto a un hombre tan blanco antes”. “La mayoría de ellos estaban cubiertos de sangre y tierra, eran hombres musculosos y fuertes, y la ferocidad salvaje de sus semblantes me hacía estremecer”.

A la mañana siguiente los dos frailes que habían sido apresados por el ahora fallecido Comandante fueron a ver a Davie y le preguntaron si deseaba quedarse con ellos en el convento y continuar con su misión o regresar a Buenos Aires. Le aseguraron que podría continuar con su misión con total libertad. Sin embargo, él elige que lo lleven en balsa de regreso a la capital, habiendo acordado que no traicionaría a los indios que lo iban a transportar.

Davie mantiene su pacto con los Padres, y en su última carta desde Buenos Aires manifiesta que la información que dio al regresar aterró a las autoridades, que con urgencia se pusieron a organizar el envío de tropas para reducir a los insurgentes.

Uno quisiera saber más acerca de estos rebeldes desesperados y oprimidos, y también de sus valientes frailes, pero desgraciadamente Davie no tiene nada más que agregar. El hecho de que en una revuelta de estas características los frailes no sólo no fueran vistos como enemigos sino que se los mantuviera a salvo nos dice mucho sobre la posición que ocupaban en esa época –de hecho, el clero menor fue claramente precursor de la Teología de la Liberación de las últimas décadas. Y, contrariamente a lo que uno podría esperar, Davie no se sintió moralmente obligado a condenar esta horrorosa matanza de colonos españoles, sino que pudo seguir apoyando a los indios en su lucha. El hecho de que no perdiera la fe durante ese calvario evidencia cómo era la situación de la época y cuán inquebrantables eran sus creencias.

Averiguamos un poco más de este hombre tan notable en el prefacio de su segundo libro, que fue publicado en 1819, 14 años después del primero. Su libro Letters from Buenos Ayres and Chile (Cartas de Buenos Ayres y Chile) nos dice algo más sobre las razones que tuvo para dejar Gran Bretaña con tanta prisa; tanto la prudencia como la desesperación deben de haberlo motivado, ya que el “asunto del honor llevó a una resolución fatal por parte del agresor”.

El desconocido autor del prefacio del segundo libro también relata que al regresar a Buenos Aires este intrépido explorador misionero emprende una vez más un viaje a otra Misión en Guairas, al norte de Paraguay donde, créase o no, se involucra en otra insurrección: la revuelta de los indios Cinguanes. Davie y dos frailes más acompañan a los indios en su retirada al remoto interior de Brasil, a algún lugar cerca del río Mamoré.

Entre 1806 y 1810 no se sabe nada de él y se lo cree muerto, pero repentinamente reaparece en Buenos Aires. Sin embargo, nada se nos dice sobre esos años perdidos, a los cuales sólo se hace referencia muy brevemente en una oración del prefacio.

Luego es enviado a Chile a recuperarse, y desde allí retoma su correspondencia. Mucho de su segundo libro es una historia de Chile, mas él nunca pierde su apasionado interés por los indios que conoce. Lo último que sabemos de este misionero viajero proviene de una carta escrita en Valdivia, en el sur de Chile, en la que continúa mostrándose fulminante ante las horrorosas injusticias que sufren los indios bajo la “Cristiandad diabólica” de los españoles -de hecho, la palabra cristiano era para los indios del sur un término ofensivo. Se comenta que falleció en Chile.

Davie tenía cuatro grandes pasiones. Éstas no cambiaron a lo largo de los 15 años en los que escribió sus diarios. En primer lugar, el interés y el respeto que sentía por los indios con los que entabló relación era indestructible. No era un idealista de oídas, ya que había vivido con indios por muchos años y había presenciado la horrorosa masacre de Corrientes. Uno sólo puede concluir que si la idea de justicia importara en estas situaciones, la que sufrieron los indios fue una traición inaceptable.

Su segunda pasión surge de su odio por los colonizadores españoles, que tanto maltrato dieron a los indios, y la tercera es la gran admiración que sentía por la tarea realizada por los jesuitas que ayudaron a las hostigadas y abusadas comunidades indias durante tanto tiempo.

Y en cuarto lugar, su convicción de que sólo la autoridad británica podría  salvar a este admirable pueblo de la extinción. Si tenía razón en que el comportamiento de los colonizadores británicos habría sido diferente es materia de interesante especulación.

Pero una de las grandes ironías de su vida y su trabajo es que, según el desconocido autor del segundo prefacio, las aspiraciones que motivaron a los ingleses intentar la conquista de Buenos Aires surgieron de la publicación del diario de Davie en 1805. Hubo dos malogradas invasiones inglesas, una en 1806 y la otra, mayor, en 1807. Ambas terminaron en ignominiosas derrotas.

Lo que Davie había realmente pedido con vehemencia ocurrió. Incluso más irónico fue que estas invasiones ocurrieran mientras se encontraba aislado en las selvas de Brasil: cuando regresó descubrió que se había intentado cumplir su gran sueño, pero que éste se había hecho añicos.

Lamentablemente no sabemos nada más de este misionero intrépido y viajero. Su última carta fue enviada en 1814 desde el sur de Chile, donde se encontraba aún como abanderado de la causa araucana en la lucha contra el gobierno español. Puesto que sus dos libros nunca se reimprimieron, tanto sus opiniones como sus experiencias durante este triste periodo de la historia aborigen y colonial son poco conocidas. Él y la historia merecen más. 

REFERENCIAS

“Letters from Paraguay”, John Davie, 1805
“Letters from Buenos Ayres and Chile”, John Davie, 1819


-oOo-

Capítulo III = Haga click AQUI

CAPÍTULO III - El General Gaucho

El 9 de diciembre de 1824 la batalla de Ayacucho, que se libró en las alturas de los Andes Peruanos, resolvió por fin el destino del reinado de España en Sudamérica.

Los españoles habían sido derrotados en el norte de Sudamérica por las tropas Patriotas al mando de Simón Bolívar. Sin embargo, en Perú, luego de que José de San Martín -que había invadido desde Chile por mar- los hubiera derrotado en las primeras batallas, se habían reagrupado y eran aún un ejército formidable.

Simón Bolívar
Bolívar había marchado a Perú y después de una victoria inicial había tenido que regresar al norte, dejando cerca de 7000 hombres, de los cuales dos tercios eran colombianos, a cargo del leal y competente General Sucre.

General Sucre
Se enfrentaban a tropas españolas entrenadas que casi los doblaban en número. Los Patriotas, inspirados por un discurso de Sucre que evocaba al del Rey Harry en Agincourt: “El día de hoy el destino de Sudamérica está en sus manos” tenían una formidable batalla por delante.

La batalla comenzó bien para los Patriotas cuando las tropas españolas, que habían avanzado dentro del valle, tuvieron que replegarse a sus posiciones defensivas debido a un heroico ataque de la caballería. Pero los españoles se reagruparon y atacaron de nuevo, haciendo que una División Patriota de Infantería se retirara. Mas entonces fueron atacados con tal furia por los Húsares peruanos y los Granaderos a Caballo argentinos que esta vez  fueron ellos quienes debieron dar marcha atrás.

Húsares de Junín peruanos
Granaderos a Caballo argentinos
Los españoles se rindieron, su Virrey fue capturado junto a quince generales y más de 3.200 soldados. Fue una victoria espectacular. España por fin había perdido Sudamérica.

Esta arremetida furiosa fue liderada por el General William Miller, un oficial inglés de veintinueve años y, de los tres generales a las órdenes de Sucre, el único que no era sudamericano.

General William Miller
¿Qué estaba haciendo este joven oficial inglés en las remotas alturas de Los Andes, comandando la salvaje arremetida que aseguraría una de las victorias más espectaculares en todo el movimiento por la independencia de Sudamérica?

William Miller nació en Kent. A los dieciséis años se había unido a las fuerzas de Wellington en España, en donde pasó cuatro años en la artillería. Más tarde peleó en la guerra estadounidense, naufragó en el Caribe y cuando tenía tan sólo veintidós años se lanzó a buscar aventuras por Sudamérica.

Miles de militares británicos se habían unido a Bolívar en la lucha contra España en el norte, así que Miller se dirigió hacia el sur, en donde pensó que tendría más oportunidades. Sería una simplificación excesiva, sin embargo, considerar como meros mercenarios a los miles de soldados británicos -de los cuales muchos murieron- que pelearon en las guerras sudamericanas de la independencia. Para muchos, y esto se aplica ciertamente a los de rango superior, desafiar la arcaica hegemonía española, participar en la abolición de la explotación y la esclavitud, y colaborar con el movimiento de liberación sudamericano significaba ideales, romance y  aventura.

Miller llegó a Argentina en 1817, un año después de que sus habitantes se hubiesen declarado formalmente independientes de España. Afortunadamente, el proceso había supuesto pocas batallas, y hasta ese momento casi todas habían tenido lugar en las montañosas fronteras del norte, que limitan con lo que es en la actualidad Bolivia.

La guerra allí había terminado en un compás de espera, pero existían poderosas fuerzas militares en Chile, e incluso más en el Virreinato del Perú, por lo que la independencia Argentina aún no estaba completamente asegurada.


LA ESTRATEGIA MILITAR

Se desarrolló una arriesgada estrategia militar. Un ejército de Argentina se adentraría por los peligrosos desfiladeros de Los Andes para auxiliar a sus compatriotas en Chile, quienes habían sufrido graves contratiempos. Luego, habiendo triunfado en Chile, el ejército se embarcaría hacia Perú, y allí golpearía el centro de poder y  riqueza de España en Sudamérica.

Debido al ardid del cuidadoso estratega y partidario de la disciplina y la organización, el General San Martín, los españoles fueron engañados respecto al paso de montaña que utilizarían las fuerzas Patriotas. Luego de sortear increíbles dificultades el ejército mayormente gaucho descendió a Chile desde las nieves del Paso de Uspallata, y luego de algunas derrotas iniciales, triunfó sobre el ejército español en Chacabuco, cerca de Santiago- la capital de Chile- en febrero de 1817.

General José de San Martín
Los eufóricos Patriotas tomaron Santiago días después. Los españoles se replegaron y se retiraron hacia el sur.


LA PRIMERA MISIÓN

Miller, luego de haber pasado algunos meses cabalgando por las pampas, llegó  a Chile luego de esta victoria temporal y se presentó ante el General San Martín. Se lo designó entonces capitán en la Artillería de Buenos Aires. Debemos de suponer que para ese entonces, luego de cuatro años en España y habiéndose adaptado a las pampas, probablemente hablaba un castellano lo suficientemente claro como para poder dirigir una compañía de artillería de 120 hombres.

General William Miller
El ejército emprendió la búsqueda de los españoles, pero en un punto tuvo que cruzar “un puente de lianas de cuero de 250 pies suspendido sobre un río torrentoso. Si bien la infantería y la caballería lograron cruzar por la plataforma precaria e inestable, dudaban de que la artillería pudiese atravesar el puente.

Miller se ofreció como voluntario para pasar primero, pero una de las cureñas se enredó. Él y tres de sus hombres perdieron el equilibrio y quedaron colgados del puente: de caer al torrente morirían instantáneamente. Por un momento nadie se atrevió a rescatarlos, ya que todo el puente parecía estar a punto de ceder. Sin embargo, esto no ocurrió, y finalmente fueron puestos a salvo.

Afortunadamente San Martín fue testigo de este incidente y sabía que Miller se había ofrecido de voluntario. En su biografía encontramos que a Miller “no lo desacreditó este incidente”.

Cuando el ejército de los Patriotas avanzaba hacia el enemigo fue sorprendido en un ataque nocturno y se dio a la retirada. Miller y su artillería fueron abandonados por su coronel, pero el joven capitán logró desandar camino, preservando su propia artillería, hacia un Santiago de Chile sacudido por el pánico. Una vez allí lo designaron Comandante de la Marina Chilena, que se preparaba para embarcar en caso de que, ante una eventual invasión española, los Patriotas se vieran obligados a abandonar la ciudad.

Por fortuna esto no sucedió, y en la subsiguiente batalla (la de Maipú, el 5 de abril de 1818) los españoles sufrieron una aplastante derrota y la mayor parte de Chile (salvo Valdivia, el reducto del sur) fue liberada por completo.


LA MARINA CHILENA

La supervivencia de los estados españoles en la costa del Pacífico dependía enteramente de su supremacía marítima. Mientras el mar continuara siendo dominado por España la independencia de Chile no podría asegurarse. Por esto, el gobierno chileno decidió establecer su propia Marina.

Sin embargo, como casi no había chilenos con experiencia naval, tuvieron que procurarse ayuda del exterior. Es decir, de Gran Bretaña. Prácticamente todos los oficiales (la mayoría de los cuales había servido bajo las órdenes de Nelson) y más de la mitad de las tripulaciones de la nueva Marina eran británicos.

Miller se unió a la flamante escuadra de cuatro buques y tuvo que oficiar de intérprete entre los oficiales británicos y los tripulantes chilenos. Describe el entusiasmo con el cual los chilenos buscaban unirse a esta nueva escuadra: “muchos de ellos estaban tan ansiosos por unirse que nadaban hasta los buques”, y a pesar de su falta de experiencia pronto se convirtieron en marineros competentes. Miller no aprobaba por completo a los tripulantes europeos “de toda la dotación eran, debido a su estado de ebriedad, los menos eficientes”. No obstante, en su primer combate naval, lograron levantar el bloqueo de Valparaíso.


Captura de la fragata española "María Isabel", Talcahuano 1818
 La escuadra fue enviada rumbo al sur a interceptar la flota española que traía refuerzos para sus compatriotas sitiados. Miller recuerda: “Descubrimos que los marinos y los cholos, al ejercitarse continuamente, presentaban valiosas cualidades, que los hacían buenos marineros. Se mostraban agradecidos por cualquier pequeña atención que recibieran, y siempre demostraban gran deseo de complacer; en resumen, los oficiales solamente tenían que solicitarles que realizaran alguna tarea para que ellos se mostraran a la altura de las circunstancias”.

General William Miller
Miller tenía lo que parece haber sido una característica inusual en la época: mostraba especial respeto por sus subordinados, una cualidad que se hace presente una y otra vez en sus memorias y que explica, sin lugar a dudas, el éxito extraordinario en su carrera. Le fue de gran utilidad en esta ocasión ya que, luego de que hubieran interceptado la flota española y obligado a los tripulantes abandonar sus buques, Miller fue enviado a tierra con una bandera de tregua para negociar la rendición. Una vez allí fue capturado y planeaban fusilarlo, lo cual desesperó a sus marinos y cholos que exigieron que les fuese permitido ir a rescatarlo. Sin embargo, luego de que se les advirtiera a los españoles que en caso de que llegaran a herirlo todos los prisioneros españoles iban a ser colgados del mástil, lo liberaron, y la flamante flota retornó triunfante a Valparaíso.

Por ese entonces el Gobierno chileno había reclutado como Vicealmirante de su  nueva flota a un prestigioso navegante británico: Lord Cochrane.

Lord Cochrane
 Lord Cochrane era uno de los comandantes británicos más extraordinarios de todos los tiempos, posiblemente sólo superado por Nelson. Había tenido un brillante desempeño en las Guerras Napoleónicas contra Francia y tenía la habilidad de hacer siempre lo inesperado. Era temerario, valiente, emprendedor, impredecible, honesto y, lamentablemente para él, sincero.

Fue uno de sus brotes de sinceridad lo que arruinó su carrera en Gran Bretaña cuando denunció ante el Parlamento a su Almirante por ser un cobarde incompetente que desaprovechó los logros de Cochrane en el sitio de Brest. Sin embargo, fue el desenfrenado Cochrane a quien destituyeron debido a que fue falazmente acusado de corrupción (años después fue reincorporado y nombrado Lord High Admiral de la flota Británica). Chile tuvo suerte de haber podido reclutarlo.

La primera acción de Miller con Cochrane volvió a hacerlo rozar la muerte. Cochrane había encargado la fabricación de proyectiles, pero en un descuido, los prisioneros de guerra españoles habían logrado intervenir en el proceso de elaboración y habían mezclado tierra con la pólvora: uno de los proyectiles explotó en la cara de Miller y casi lo mató. 

Habiendo fracasado en su intento de destruir la flota española, Cochrane hizo desembarcar a sus hombres con el objetivo de atacar Pisco. Un resucitado Miller junto a un oficial británico lideraban las tropas, que vencieron a las españolas, aunque estas los triplicaban en número. De nuevo fue herido Miller, no menos de tres veces. 

Lord Cochrane
 Cochrane decidió entonces emprender, sin autorización, un ataque a Valdivia, el “Gibraltar” de España en el sur de Chile. Se la consideraba impenetrable porque estaba rodeada de quince fuertes unidos por estrechos senderos intensamente protegidos. No obstante, en un ataque sorpresa en el cual Miller -que apenas se estaba recuperando de sus heridas- lideró de nuevo a los marinos, encontraron un acceso secreto a uno de los fuertes. Con su caída el pánico cundió de tal manera que los españoles abandonaron los restantes.

Una vez más Miller resultó herido en lo que Cochrane describió como “una persecución un tanto precipitada” de españoles en retirada.

Lord Cochrane
La flota regresó a Valparaíso, donde fue bienvenida por un público extasiado y donde Miller logró recuperarse debido a toda la atención que le brindaron los agradecidos pobladores y las “encantadoras” mujeres porteñas. Entre muchas otras celebraciones los chilenos disfrutaron de un partido de cricket, probablemente el primero que se jugó en América del Sur.


MANDO MILITAR

En junio de 1820, apenas dos años después de que se hubiese unido al ejército Patriota, San Martín ascendió a Miller al rango de Teniente General del “Octavo Batallón Negro (Ver Nota 1) de Buenos Aires”. El número de habitantes negros en Argentina se había reducido notablemente desde el siglo XIX. Sin embargo, en la época de las guerras de la independencia, no menos de un tercio de la población de la capital era negra. Ya que no había plantaciones en Argentina la mayor parte de ellos habían sido esclavos domésticos y después de la declaración de independencia se les había prometido la libertad a quienes se unieran al ejército.

General José de San Martín
Miller dijo de estos soldados negros, hoy tristemente olvidados: “A lo largo de toda la guerra se diferenciaron del resto por su valor, constancia y patriotismo. Eran dóciles, aprendían con facilidad y sentían devoción por sus oficiales. Muchos resaltaban por su higiene y buena conducta y había que admitir que marchando eran, por lo general, mejores que los soldados blancos. Muchos fueron ascendidos a suboficiales y algunos sabían leer y escribir”.

Lamentablemente no podemos saber más del destino de este inusual batallón pero algunos probablemente no sobrevivieron las arduas campañas en las que participaron.


LA CAMPAÑA PERUANA

Por ese entonces San Martín había cortado relaciones con las facciones en lucha que se enfrentaban por el control de Buenos Aires. Sin embargo, no era fácil contener el ímpetu que se había generado para invadir Perú y, gracias a los aportes financieros de los comerciantes chilenos, el 21 de agosto de 1822 un ejército de aproximadamente 5.000 hombres fue llevado a Perú por la flota controlada por Cochrane. Enfrentaron un ejército español de 23.000 hombres.

Después de una serie de combates en puertos intermedios entre Valparaíso y Callao, en los que Miller jugó un rol crucial, a principios de noviembre el ejército patriota desembarcó y tomó posiciones en las afueras de Lima. Sin embargo, en lugar de atacar a los españoles de inmediato, como lo esperaba el impetuoso Cochrane, San Martín aguardó hasta que se aseguró de que la causa patriota contaba con el apoyo de la población.

Entretanto Cochrane, mientras bloqueaba la flota española en Callao, llevó adelante una de las hazañas temerarias que lo caracterizaban. Su plan fue escurrirse en el puerto de noche, en botes, y hacerse con el buque insignia español. Y quién sino Miller podía estar al mando de estos intrépidos marinos. El plan fue coronado por el éxito total, y los españoles, luego de una batalla feroz, sufrieron la gran humillación de contemplar su buque más poderoso alejándose al mando de Cochrane. Esta vez Miller salió ileso, pero Cochrane sufrió heridas bastante graves mientras intentaba abordar la nave española.

A principios de 1821 Miller fue puesto al mando de un batallón de hombres especialmente seleccionados y Cochrane le encomendó interrumpir las comunicaciones españolas a lo largo de la costa. Miller relata un simpático incidente que tuvo lugar mientras pasaba revista a las tropas: “De súbito vimos a Lady Cochrane galopando hasta la formación para hablar con su marido. La repentina aparición de  juventud y belleza sobre un brioso corcel, guiado con habilidad y elegancia, electrizó por completo a los hombres, que jamás habían contemplado antes a una dama inglesa. “Qué hermosa, qué graciosa, guapa” (Ver nota 2) exclamaban. La dama volvió su mirada brillante hacia las filas y saludó con gracia, por lo que los soldados y los oficiales prorrumpieron en fuertes vivas. Lady Cochrane sonrió en reconocimiento y se alejó al trote con la gracia de un hada.”

Miller estuvo involucrado esencialmente en la guerra de guerrillas y, aunque con inferioridad de recursos, logró hacer estragos entre el ejército español –que era mucho más poderoso- a fuerza de engaños, comunicaciones falsas, disfraces, espionaje y reclutamiento de bandidos locales  Es sorprendente que G. A. Henty, el autor de “Out on the Pampas”, famoso por sus emocionantes historias de aventuras victorianas para colegiales, no se haya valido de él como uno de sus héroes.

Un viajero inglés que visitaba esas tierras escribió sobre Miller: “Es el único inglés de los pocos que están en las fuerzas patriotas que ha progresado, es un excelente oficial para misiones de alto riesgo: valiente, resuelto, enérgico. Los Realistas lo respetan, y le temen más que a cualquier otro líder de las tropas patriotas, y los pobladores lo aprecian tanto que fue capaz de resistir en un país enemigo con fuerzas muy inferiores en número. Su figura es alta y galante, y sus maneras atractivas, apacibles y en absoluto pretenciosas.”

Luego de varias semanas, durante las cuales mantuvo ocupadas a fuerzas españolas que lo superaban varias veces en número, regresó y fue ascendido a Coronel.

La independencia de Perú se declaró en julio de 1822. Probablemente tan bienvenido como la independencia fue lo que parece haber sido un gran pago de $500.000 a los veinte generales y oficiales del ejército liberador. De dicha suma Miller recibió $25.000 que le fueron de gran utilidad.

La historia de la independencia Sudamericana está colmada de gobiernos que omitieron pagarles a sus sufridas tropas, a tal punto que este acto debe haber significado una sorpresa más que grata.

Se formó entonces el Ejército Peruano y Miller fue nombrado Coronel del Regimiento de Infantería. Cerca de la mitad del regimiento, alrededor de 600 hombres, eran indios peruanos, y el resto mulatos y mestizos. Estaba visiblemente entusiasmado con estar al solo al mando, poder elegir a sus propios oficiales y diseñar sus uniformes (azul con vivos), y rápidamente emprendió la formación de una fuerza disciplinada con gran esprit de corps.


LA PARTIDA DE SAN MARTÍN


San Martín había sido nombrado protector del flamante país, pero los españoles no estaban en absoluto derrotados y su posición en la zona de las ricas minas de plata en lo alto de los Andes se encontraba muy consolidada. El apoyo de Buenos Aires era nulo y el de Chile disminuía, por lo que San Martín y su debilitado ejército se encaminaron hacia el norte para encontrarse con el victorioso General Bolívar. Mientras tanto en Lima se desataron disturbios civiles que provocaron el despido de uno de sus impopulares ministros –completamente justificado, sea dicho- y San Martín, incapaz de lograr ponerse de acuerdo con Bolívar sobre el futuro de Perú, decidió retirarse. Cuando regresó a Perú renunció a la Jefatura de Estado y partió en septiembre de 1822.
San Martín había tenido la visión de llevar adelante una estrategia para eliminar el control español en Sudamérica, y su cruce de los Andes fue una obra maestra de organización y valentía. Su exitoso desempeño en Chile fue incomparable, pero en Perú, donde estableció las bases para la victoria, la tarea de completar su obra quedó en manos de Bolívar y otros grandes.


OPERACIONES DE DIVERSIÓN

La política militar de los Patriotas, en cuanto lograron el control de los mares, fue atacar a los españoles en las montañas desde los puertos intermedios que se extendían en la costa. Se produjeron dos intentos de ataque desastrosos, uno a finales de 1822 y el otro en 1823. En la primera ocasión Miller se encontraba tan preocupado por el pobre liderazgo del General al mando que intentó hacer que las tropas se retiraran, pero fue enviado costa arriba a operaciones guerrilleras. Contrajo el cólera y una vez más estuvo al borde de la muerte y sobrevivió.

Evidentemente se lo estimaba mucho, ya que en abril de 1823 fue nuevamente ascendido, esta vez a General y quedó a cargo del Ejército Peruano. Es cierto que no había muchos hombres en la armada, posiblemente alrededor de 2.000, pero Miller tenía una capacidad  de organización excelente, por lo que  pronto logró tener a sus hombres en condiciones.

El segundo ataque costero también significó un gran fracaso para los Patriotas. Si bien Miller pudo tomar Arequipa, la ciudad principal, ulteriores derrotas obligaron a los Patriotas a desembarcar. Miller fue dejado atrás para desandar camino a lo largo de la costa.


CAOS Y DESASTRE

Luego del retiro de San Martín las fuerzas para la lucha por la independencia quedaron en confusión y desorden. Faltaban líderes, y los militares y los políticos peleaban por hacerse con el control. Los primeros conflictos entre los Patriotas surgieron cuando los peruanos intentaron expulsar a las tropas colombianas, argentinas y chilenas. Los españoles supieron sacar ventaja de esta situación: recuperaron la capital -Lima- y sitiaron a los Patriotas en el puerto de Callao.

En un marco de desesperación por solucionar esta situación se convocó a Simón Bolívar para que se hiciera cargo del gobierno de Perú y disputara el control que los españoles ya habían recuperado en la mayor parte del país. Bolívar llegó con 4.500 frescos soldados colombianos, que sumados a los peruanos y a las siempre menguantes tropas argentinas y chilenas le permitieron formar un ejército de aproximadamente 7.000 hombres.

Simón Bolívar
Bolívar reorganizó el ejército, se aseguró de que las tropas recibieran alimentos y paga con regularidad y restableció la disciplina. Miller fue nombrado General de la Caballería Peruana, un tributo impresionante para un “gringo”. Dice de su caballería: “Cuando la vista se acostumbra al poncho y a la apariencia descuidada de los hombres y los ha visto en acción, uno debe admitir que no existe caballería europea que pueda con los lanceros gauchos a caballo”.
 
General William Miller
Prosigue: “La caballería Patriota estaba compuesta por quizás los mejores jinetes del mundo. Los Gauchos de las Pampas, los Guasos de Chile y los Llaneros de Colombia están acostumbrados a montar desde muy niños. Un Gaucho que no pudiese levantar un dólar del piso a todo galope sería considerado un jinete mediocre. A menudo guían a su caballo sin utilizar las riendas, y si un jinete cae, tal es su postura en el caballo que queda de pie y muy rara vez sufre la más mínima herida”.

Para un extranjero – y de veintiséis años- liderar con éxito un cuerpo de jinetes tan diestros, individualistas e indisciplinados debe de haber requerido una capacidad prácticamente inconcebible. Mas, evidentemente, su actividad con la guerrilla le había granjeado el cariño de estos toscos y duros jinetes. La mayoría de sus hombres eran Montoneros. Este grupo estaba “Principalmente compuesto por hombres de cierta respetabilidad cuyas moradas habían sido arrasadas por la implacable sed de venganza de los Realistas. Cada Montonero tenía que vengar sitios donde antes se habían erigido pueblos y ciudades. Cada Montonero tenía que vengar a sus padres, hijos, familiares, o vecinos, que habían sido masacrados por los españoles. Eran crueles e implacables con el enemigo, pero generalmente se portaban bien con los inofensivos lugareños”.


LA VICTORIA FINAL

Los españoles se habían retirado de Lima y marchado hacia la zona alta; de esta forma se iban preparando los campos de batalla.

La primera batalla, en Junín, el 6 de agosto de 1924, fue puramente de caballería, no se disparó ni un arma. Los jinetes atacaron a tal velocidad que los soldados enemigos, golpeados por sus lanzas, fueron arrojados de sus monturas. La primera arremetida española logró quebrar a la caballería patriota y muchos de sus jinetes se aprestaron a retirarse, pero los españoles no se reagruparon, y un contraataque de Miller y sus hombres puso a los españoles en retirada. Bolívar quedó tan impresionado con Miller y su caballería que les dio el título honorífico de “Húsares de Junín”.

Bolívar tuvo que regresar al norte y dejar sus tropas al mando del General Sucre, un venezolano, y tres subordinados: los Generales Córdoba (un colombiano que quedó a cargo de las tropas colombianas), De la Mar (un peruano) y Miller (responsable de la caballería colombiana, peruana y de Buenos Aires).


En la gran batalla final de Ayacucho fueron los salvajes jinetes sudamericanos los que hicieron la diferencia y los dos Generales que merecen crédito por la victoria son Córdoba y Miller. Un historiador estadounidense define a este último como “el hombre más sorprendente de toda la lucha por la Independencia”, un juicio más que merecido.

General Córdoba en la batalla de Ayacucho, 1824

LA PAZ

Inmediatamente después de la batalla, Miller fue nombrado Prefecto de la rica provincia de Potosí. Este joven infatigable acometió con celeridad la ardua tarea de eliminar la corrupción en la administración: a los indios se les otorgó por primera vez una paga real por su trabajo, se despidió a los funcionarios improductivos, se logró ahorrar a gran escala, se reabrieron minas, se barrieron las calles, se reorganizó la policía y se estableció el servicio postal.

Desgraciadamente para la gente de la provincia, la salud de Miller desmejoró a tal punto que decidió tomarse licencia por enfermedad y regresar a Inglaterra.

Cuando partió, Bolívar escribió: “El mando de nuestra caballería recayó en él en la batalla de Junín, en la que se condujo con la valentía que siempre lo ha caracterizado. Lo conservó en la batalla de Ayacucho, en la que desplegó toda su osadía y buen tino, que contribuyeron en gran medida a la victoria. El General Miller estuvo entre los primeros que se comprometieron a lograr la libertad de Perú, y es de los que se quedaron hasta el final para contemplarla. Su dinamismo, su moderación y su integridad se ganaron la estima de sus comandantes en los distritos en los que presidió como magistrado”. “El General Miller nunca tomó partido por ninguna de las facciones que han agitado Perú; por el contrario, los sucesivos Gobiernos y los distintos Generales que han comandado las fuerzas armadas han tenido confianza ilimitada en su lealtad”.

San Martín, escribiéndole a Miller muchos años después, dice: “De haber tenido la buena fortuna de contar con seis oficiales como Usted en el ejército que yo comandaba, con sus virtudes y sus conocimientos, estoy seguro que la guerra en el Perú habría terminado cuatro años antes”.

En su regreso a Inglaterra Miller realizó un tour triunfal hacia el sur con destino a Buenos Aires, durante el cual, al menos en las ciudades provinciales, celebraron su fama y sus hazañas. En Salta el Gobierno Provincial le otorgó 450.000 acres en concesión –un gesto que los indios que habitaban dichas tierras probablemente distaban de consentir- pero incluso en esos días, y considerando la pobreza de la tierra, era un presente impresionante y que sin duda indicaba el gran interés que tenían en que se radicara en esa fascinante parte del país. Lamentablemente no sabemos nada más en relación a esa propiedad.

Al continuar con su viaje se tomó su tiempo para demostrar su inclinación humanista reprendiendo a los oficiales brasileños por maltratar a los esclavos. Cuando regresó a Canterbury su fama lo había precedido y le fue otorgado el “Freedom of the City” (Libertad de la Ciudad), un reconocimiento sincero que muchas veces se conseguía comprándolo, aunque ciertamente no fue así en el caso de Miller.

Evidentemente recuperó su salud, pero debe de haber tenido la fortaleza de un buey, porque cuando falleció se descubrió que tenía cicatrices de veintidós heridas, y que todavía tenía dos balas alojadas en su cuerpo.

Adecuar esa fama y excitación al parroquial Kent debe de haber sido un calvario para él, por eso no es sorprendente descubrir que sucumbió a la tentación y aceptó el ofrecimiento de volver a Perú como Jefe de Personal. Probablemente fue gracias a su diplomacia que haya sobrevivido tanto como cinco años en el cargo, en medio de la conmoción política que caracterizó a la post-independencia en Sudamérica, antes de ser exiliado sin preámbulos.

A continuación consiguió el cargo de Cónsul Británico en las que hoy son las Islas Hawaianas y pasó catorce años allí. Es difícil imaginar que esta tierra del loto haya sido un destino feliz para un joven tan enérgico. En verdad Perú continuó ejerciendo una gran atracción sobre él, ya que regresó al país una vez más mientras aún detentaba el título de Mariscal de Ayacucho, si bien aún no le pagaban la pensión que tenía estipulada.

Murió en1861 a la edad de sesenta y seis años, en Perú, y fue sepultado con honores militares en Lima.


RECONOCIMIENTO

Miller recibió poco reconocimiento, excepto en Perú, por su rol crucial en la independencia del sur de Sudamérica. Es verdad que cumplió su servicio en Chile, Bolivia y Perú, pero fue reclutado por el Ejército Argentino, fue uno de los primeros oficiales en desembarcar en Perú -uno de un número muy reducido- y el único oficial veterano que sobrevivió para luchar en las batallas finales de las guerras por la independencia.

Sin lugar a dudas fue el más notable y victorioso de todos los oficiales designados por San Martín, y su contribución militar para la derrota de los españoles fue inmensa.

Este comandante valeroso, eficiente y leal obtuvo poco -si es que algún- reconocimiento por sus logros en Argentina, Bolivia y Chile (aparte, quizás, de una calle nombrada en su honor en una zona común de Buenos Aires).

Merece más.

REFERENCIAS
“Memoirs of a General”, Tomo I y II, John Miller, 1828
“Journal from Buenos Aires, Capitán Andrews, 1827
“British Exploits in South America, W. H. Koebel, 1917
La Emancipación de Sudamérica”, Bartolomé Mitre, 1893
“Bolívar”, Salvador de Maradiaga, 1952
“When Canterbury Honoured a Hero”, Kent Life, 1983
“Travels in Lima and Peru”, A. Pollock, 1826
“Cartas de San Martín”, ed. José Otero
“Narrative of Services in the Liberation of Chile, Peru and Brazil”, Thomas Earl of Dundonald (Lord Cochrane), 1859
“Eagles of the Andes”, Carlton Beals, 1963
“An Honourable Warrior”, Thomas Hudson, 2001
-oOo-

(1)  N. del T: El nombre oficial de este batallón era “de Pardos y Morenos”
(2)  N. del T.: En castellano en el original

Capítulo IV = Haga click AQUI