10.2.11

CAPÍTULO III - El General Gaucho

El 9 de diciembre de 1824 la batalla de Ayacucho, que se libró en las alturas de los Andes Peruanos, resolvió por fin el destino del reinado de España en Sudamérica.

Los españoles habían sido derrotados en el norte de Sudamérica por las tropas Patriotas al mando de Simón Bolívar. Sin embargo, en Perú, luego de que José de San Martín -que había invadido desde Chile por mar- los hubiera derrotado en las primeras batallas, se habían reagrupado y eran aún un ejército formidable.

Simón Bolívar
Bolívar había marchado a Perú y después de una victoria inicial había tenido que regresar al norte, dejando cerca de 7000 hombres, de los cuales dos tercios eran colombianos, a cargo del leal y competente General Sucre.

General Sucre
Se enfrentaban a tropas españolas entrenadas que casi los doblaban en número. Los Patriotas, inspirados por un discurso de Sucre que evocaba al del Rey Harry en Agincourt: “El día de hoy el destino de Sudamérica está en sus manos” tenían una formidable batalla por delante.

La batalla comenzó bien para los Patriotas cuando las tropas españolas, que habían avanzado dentro del valle, tuvieron que replegarse a sus posiciones defensivas debido a un heroico ataque de la caballería. Pero los españoles se reagruparon y atacaron de nuevo, haciendo que una División Patriota de Infantería se retirara. Mas entonces fueron atacados con tal furia por los Húsares peruanos y los Granaderos a Caballo argentinos que esta vez  fueron ellos quienes debieron dar marcha atrás.

Húsares de Junín peruanos
Granaderos a Caballo argentinos
Los españoles se rindieron, su Virrey fue capturado junto a quince generales y más de 3.200 soldados. Fue una victoria espectacular. España por fin había perdido Sudamérica.

Esta arremetida furiosa fue liderada por el General William Miller, un oficial inglés de veintinueve años y, de los tres generales a las órdenes de Sucre, el único que no era sudamericano.

General William Miller
¿Qué estaba haciendo este joven oficial inglés en las remotas alturas de Los Andes, comandando la salvaje arremetida que aseguraría una de las victorias más espectaculares en todo el movimiento por la independencia de Sudamérica?

William Miller nació en Kent. A los dieciséis años se había unido a las fuerzas de Wellington en España, en donde pasó cuatro años en la artillería. Más tarde peleó en la guerra estadounidense, naufragó en el Caribe y cuando tenía tan sólo veintidós años se lanzó a buscar aventuras por Sudamérica.

Miles de militares británicos se habían unido a Bolívar en la lucha contra España en el norte, así que Miller se dirigió hacia el sur, en donde pensó que tendría más oportunidades. Sería una simplificación excesiva, sin embargo, considerar como meros mercenarios a los miles de soldados británicos -de los cuales muchos murieron- que pelearon en las guerras sudamericanas de la independencia. Para muchos, y esto se aplica ciertamente a los de rango superior, desafiar la arcaica hegemonía española, participar en la abolición de la explotación y la esclavitud, y colaborar con el movimiento de liberación sudamericano significaba ideales, romance y  aventura.

Miller llegó a Argentina en 1817, un año después de que sus habitantes se hubiesen declarado formalmente independientes de España. Afortunadamente, el proceso había supuesto pocas batallas, y hasta ese momento casi todas habían tenido lugar en las montañosas fronteras del norte, que limitan con lo que es en la actualidad Bolivia.

La guerra allí había terminado en un compás de espera, pero existían poderosas fuerzas militares en Chile, e incluso más en el Virreinato del Perú, por lo que la independencia Argentina aún no estaba completamente asegurada.


LA ESTRATEGIA MILITAR

Se desarrolló una arriesgada estrategia militar. Un ejército de Argentina se adentraría por los peligrosos desfiladeros de Los Andes para auxiliar a sus compatriotas en Chile, quienes habían sufrido graves contratiempos. Luego, habiendo triunfado en Chile, el ejército se embarcaría hacia Perú, y allí golpearía el centro de poder y  riqueza de España en Sudamérica.

Debido al ardid del cuidadoso estratega y partidario de la disciplina y la organización, el General San Martín, los españoles fueron engañados respecto al paso de montaña que utilizarían las fuerzas Patriotas. Luego de sortear increíbles dificultades el ejército mayormente gaucho descendió a Chile desde las nieves del Paso de Uspallata, y luego de algunas derrotas iniciales, triunfó sobre el ejército español en Chacabuco, cerca de Santiago- la capital de Chile- en febrero de 1817.

General José de San Martín
Los eufóricos Patriotas tomaron Santiago días después. Los españoles se replegaron y se retiraron hacia el sur.


LA PRIMERA MISIÓN

Miller, luego de haber pasado algunos meses cabalgando por las pampas, llegó  a Chile luego de esta victoria temporal y se presentó ante el General San Martín. Se lo designó entonces capitán en la Artillería de Buenos Aires. Debemos de suponer que para ese entonces, luego de cuatro años en España y habiéndose adaptado a las pampas, probablemente hablaba un castellano lo suficientemente claro como para poder dirigir una compañía de artillería de 120 hombres.

General William Miller
El ejército emprendió la búsqueda de los españoles, pero en un punto tuvo que cruzar “un puente de lianas de cuero de 250 pies suspendido sobre un río torrentoso. Si bien la infantería y la caballería lograron cruzar por la plataforma precaria e inestable, dudaban de que la artillería pudiese atravesar el puente.

Miller se ofreció como voluntario para pasar primero, pero una de las cureñas se enredó. Él y tres de sus hombres perdieron el equilibrio y quedaron colgados del puente: de caer al torrente morirían instantáneamente. Por un momento nadie se atrevió a rescatarlos, ya que todo el puente parecía estar a punto de ceder. Sin embargo, esto no ocurrió, y finalmente fueron puestos a salvo.

Afortunadamente San Martín fue testigo de este incidente y sabía que Miller se había ofrecido de voluntario. En su biografía encontramos que a Miller “no lo desacreditó este incidente”.

Cuando el ejército de los Patriotas avanzaba hacia el enemigo fue sorprendido en un ataque nocturno y se dio a la retirada. Miller y su artillería fueron abandonados por su coronel, pero el joven capitán logró desandar camino, preservando su propia artillería, hacia un Santiago de Chile sacudido por el pánico. Una vez allí lo designaron Comandante de la Marina Chilena, que se preparaba para embarcar en caso de que, ante una eventual invasión española, los Patriotas se vieran obligados a abandonar la ciudad.

Por fortuna esto no sucedió, y en la subsiguiente batalla (la de Maipú, el 5 de abril de 1818) los españoles sufrieron una aplastante derrota y la mayor parte de Chile (salvo Valdivia, el reducto del sur) fue liberada por completo.


LA MARINA CHILENA

La supervivencia de los estados españoles en la costa del Pacífico dependía enteramente de su supremacía marítima. Mientras el mar continuara siendo dominado por España la independencia de Chile no podría asegurarse. Por esto, el gobierno chileno decidió establecer su propia Marina.

Sin embargo, como casi no había chilenos con experiencia naval, tuvieron que procurarse ayuda del exterior. Es decir, de Gran Bretaña. Prácticamente todos los oficiales (la mayoría de los cuales había servido bajo las órdenes de Nelson) y más de la mitad de las tripulaciones de la nueva Marina eran británicos.

Miller se unió a la flamante escuadra de cuatro buques y tuvo que oficiar de intérprete entre los oficiales británicos y los tripulantes chilenos. Describe el entusiasmo con el cual los chilenos buscaban unirse a esta nueva escuadra: “muchos de ellos estaban tan ansiosos por unirse que nadaban hasta los buques”, y a pesar de su falta de experiencia pronto se convirtieron en marineros competentes. Miller no aprobaba por completo a los tripulantes europeos “de toda la dotación eran, debido a su estado de ebriedad, los menos eficientes”. No obstante, en su primer combate naval, lograron levantar el bloqueo de Valparaíso.


Captura de la fragata española "María Isabel", Talcahuano 1818
 La escuadra fue enviada rumbo al sur a interceptar la flota española que traía refuerzos para sus compatriotas sitiados. Miller recuerda: “Descubrimos que los marinos y los cholos, al ejercitarse continuamente, presentaban valiosas cualidades, que los hacían buenos marineros. Se mostraban agradecidos por cualquier pequeña atención que recibieran, y siempre demostraban gran deseo de complacer; en resumen, los oficiales solamente tenían que solicitarles que realizaran alguna tarea para que ellos se mostraran a la altura de las circunstancias”.

General William Miller
Miller tenía lo que parece haber sido una característica inusual en la época: mostraba especial respeto por sus subordinados, una cualidad que se hace presente una y otra vez en sus memorias y que explica, sin lugar a dudas, el éxito extraordinario en su carrera. Le fue de gran utilidad en esta ocasión ya que, luego de que hubieran interceptado la flota española y obligado a los tripulantes abandonar sus buques, Miller fue enviado a tierra con una bandera de tregua para negociar la rendición. Una vez allí fue capturado y planeaban fusilarlo, lo cual desesperó a sus marinos y cholos que exigieron que les fuese permitido ir a rescatarlo. Sin embargo, luego de que se les advirtiera a los españoles que en caso de que llegaran a herirlo todos los prisioneros españoles iban a ser colgados del mástil, lo liberaron, y la flamante flota retornó triunfante a Valparaíso.

Por ese entonces el Gobierno chileno había reclutado como Vicealmirante de su  nueva flota a un prestigioso navegante británico: Lord Cochrane.

Lord Cochrane
 Lord Cochrane era uno de los comandantes británicos más extraordinarios de todos los tiempos, posiblemente sólo superado por Nelson. Había tenido un brillante desempeño en las Guerras Napoleónicas contra Francia y tenía la habilidad de hacer siempre lo inesperado. Era temerario, valiente, emprendedor, impredecible, honesto y, lamentablemente para él, sincero.

Fue uno de sus brotes de sinceridad lo que arruinó su carrera en Gran Bretaña cuando denunció ante el Parlamento a su Almirante por ser un cobarde incompetente que desaprovechó los logros de Cochrane en el sitio de Brest. Sin embargo, fue el desenfrenado Cochrane a quien destituyeron debido a que fue falazmente acusado de corrupción (años después fue reincorporado y nombrado Lord High Admiral de la flota Británica). Chile tuvo suerte de haber podido reclutarlo.

La primera acción de Miller con Cochrane volvió a hacerlo rozar la muerte. Cochrane había encargado la fabricación de proyectiles, pero en un descuido, los prisioneros de guerra españoles habían logrado intervenir en el proceso de elaboración y habían mezclado tierra con la pólvora: uno de los proyectiles explotó en la cara de Miller y casi lo mató. 

Habiendo fracasado en su intento de destruir la flota española, Cochrane hizo desembarcar a sus hombres con el objetivo de atacar Pisco. Un resucitado Miller junto a un oficial británico lideraban las tropas, que vencieron a las españolas, aunque estas los triplicaban en número. De nuevo fue herido Miller, no menos de tres veces. 

Lord Cochrane
 Cochrane decidió entonces emprender, sin autorización, un ataque a Valdivia, el “Gibraltar” de España en el sur de Chile. Se la consideraba impenetrable porque estaba rodeada de quince fuertes unidos por estrechos senderos intensamente protegidos. No obstante, en un ataque sorpresa en el cual Miller -que apenas se estaba recuperando de sus heridas- lideró de nuevo a los marinos, encontraron un acceso secreto a uno de los fuertes. Con su caída el pánico cundió de tal manera que los españoles abandonaron los restantes.

Una vez más Miller resultó herido en lo que Cochrane describió como “una persecución un tanto precipitada” de españoles en retirada.

Lord Cochrane
La flota regresó a Valparaíso, donde fue bienvenida por un público extasiado y donde Miller logró recuperarse debido a toda la atención que le brindaron los agradecidos pobladores y las “encantadoras” mujeres porteñas. Entre muchas otras celebraciones los chilenos disfrutaron de un partido de cricket, probablemente el primero que se jugó en América del Sur.


MANDO MILITAR

En junio de 1820, apenas dos años después de que se hubiese unido al ejército Patriota, San Martín ascendió a Miller al rango de Teniente General del “Octavo Batallón Negro (Ver Nota 1) de Buenos Aires”. El número de habitantes negros en Argentina se había reducido notablemente desde el siglo XIX. Sin embargo, en la época de las guerras de la independencia, no menos de un tercio de la población de la capital era negra. Ya que no había plantaciones en Argentina la mayor parte de ellos habían sido esclavos domésticos y después de la declaración de independencia se les había prometido la libertad a quienes se unieran al ejército.

General José de San Martín
Miller dijo de estos soldados negros, hoy tristemente olvidados: “A lo largo de toda la guerra se diferenciaron del resto por su valor, constancia y patriotismo. Eran dóciles, aprendían con facilidad y sentían devoción por sus oficiales. Muchos resaltaban por su higiene y buena conducta y había que admitir que marchando eran, por lo general, mejores que los soldados blancos. Muchos fueron ascendidos a suboficiales y algunos sabían leer y escribir”.

Lamentablemente no podemos saber más del destino de este inusual batallón pero algunos probablemente no sobrevivieron las arduas campañas en las que participaron.


LA CAMPAÑA PERUANA

Por ese entonces San Martín había cortado relaciones con las facciones en lucha que se enfrentaban por el control de Buenos Aires. Sin embargo, no era fácil contener el ímpetu que se había generado para invadir Perú y, gracias a los aportes financieros de los comerciantes chilenos, el 21 de agosto de 1822 un ejército de aproximadamente 5.000 hombres fue llevado a Perú por la flota controlada por Cochrane. Enfrentaron un ejército español de 23.000 hombres.

Después de una serie de combates en puertos intermedios entre Valparaíso y Callao, en los que Miller jugó un rol crucial, a principios de noviembre el ejército patriota desembarcó y tomó posiciones en las afueras de Lima. Sin embargo, en lugar de atacar a los españoles de inmediato, como lo esperaba el impetuoso Cochrane, San Martín aguardó hasta que se aseguró de que la causa patriota contaba con el apoyo de la población.

Entretanto Cochrane, mientras bloqueaba la flota española en Callao, llevó adelante una de las hazañas temerarias que lo caracterizaban. Su plan fue escurrirse en el puerto de noche, en botes, y hacerse con el buque insignia español. Y quién sino Miller podía estar al mando de estos intrépidos marinos. El plan fue coronado por el éxito total, y los españoles, luego de una batalla feroz, sufrieron la gran humillación de contemplar su buque más poderoso alejándose al mando de Cochrane. Esta vez Miller salió ileso, pero Cochrane sufrió heridas bastante graves mientras intentaba abordar la nave española.

A principios de 1821 Miller fue puesto al mando de un batallón de hombres especialmente seleccionados y Cochrane le encomendó interrumpir las comunicaciones españolas a lo largo de la costa. Miller relata un simpático incidente que tuvo lugar mientras pasaba revista a las tropas: “De súbito vimos a Lady Cochrane galopando hasta la formación para hablar con su marido. La repentina aparición de  juventud y belleza sobre un brioso corcel, guiado con habilidad y elegancia, electrizó por completo a los hombres, que jamás habían contemplado antes a una dama inglesa. “Qué hermosa, qué graciosa, guapa” (Ver nota 2) exclamaban. La dama volvió su mirada brillante hacia las filas y saludó con gracia, por lo que los soldados y los oficiales prorrumpieron en fuertes vivas. Lady Cochrane sonrió en reconocimiento y se alejó al trote con la gracia de un hada.”

Miller estuvo involucrado esencialmente en la guerra de guerrillas y, aunque con inferioridad de recursos, logró hacer estragos entre el ejército español –que era mucho más poderoso- a fuerza de engaños, comunicaciones falsas, disfraces, espionaje y reclutamiento de bandidos locales  Es sorprendente que G. A. Henty, el autor de “Out on the Pampas”, famoso por sus emocionantes historias de aventuras victorianas para colegiales, no se haya valido de él como uno de sus héroes.

Un viajero inglés que visitaba esas tierras escribió sobre Miller: “Es el único inglés de los pocos que están en las fuerzas patriotas que ha progresado, es un excelente oficial para misiones de alto riesgo: valiente, resuelto, enérgico. Los Realistas lo respetan, y le temen más que a cualquier otro líder de las tropas patriotas, y los pobladores lo aprecian tanto que fue capaz de resistir en un país enemigo con fuerzas muy inferiores en número. Su figura es alta y galante, y sus maneras atractivas, apacibles y en absoluto pretenciosas.”

Luego de varias semanas, durante las cuales mantuvo ocupadas a fuerzas españolas que lo superaban varias veces en número, regresó y fue ascendido a Coronel.

La independencia de Perú se declaró en julio de 1822. Probablemente tan bienvenido como la independencia fue lo que parece haber sido un gran pago de $500.000 a los veinte generales y oficiales del ejército liberador. De dicha suma Miller recibió $25.000 que le fueron de gran utilidad.

La historia de la independencia Sudamericana está colmada de gobiernos que omitieron pagarles a sus sufridas tropas, a tal punto que este acto debe haber significado una sorpresa más que grata.

Se formó entonces el Ejército Peruano y Miller fue nombrado Coronel del Regimiento de Infantería. Cerca de la mitad del regimiento, alrededor de 600 hombres, eran indios peruanos, y el resto mulatos y mestizos. Estaba visiblemente entusiasmado con estar al solo al mando, poder elegir a sus propios oficiales y diseñar sus uniformes (azul con vivos), y rápidamente emprendió la formación de una fuerza disciplinada con gran esprit de corps.


LA PARTIDA DE SAN MARTÍN


San Martín había sido nombrado protector del flamante país, pero los españoles no estaban en absoluto derrotados y su posición en la zona de las ricas minas de plata en lo alto de los Andes se encontraba muy consolidada. El apoyo de Buenos Aires era nulo y el de Chile disminuía, por lo que San Martín y su debilitado ejército se encaminaron hacia el norte para encontrarse con el victorioso General Bolívar. Mientras tanto en Lima se desataron disturbios civiles que provocaron el despido de uno de sus impopulares ministros –completamente justificado, sea dicho- y San Martín, incapaz de lograr ponerse de acuerdo con Bolívar sobre el futuro de Perú, decidió retirarse. Cuando regresó a Perú renunció a la Jefatura de Estado y partió en septiembre de 1822.
San Martín había tenido la visión de llevar adelante una estrategia para eliminar el control español en Sudamérica, y su cruce de los Andes fue una obra maestra de organización y valentía. Su exitoso desempeño en Chile fue incomparable, pero en Perú, donde estableció las bases para la victoria, la tarea de completar su obra quedó en manos de Bolívar y otros grandes.


OPERACIONES DE DIVERSIÓN

La política militar de los Patriotas, en cuanto lograron el control de los mares, fue atacar a los españoles en las montañas desde los puertos intermedios que se extendían en la costa. Se produjeron dos intentos de ataque desastrosos, uno a finales de 1822 y el otro en 1823. En la primera ocasión Miller se encontraba tan preocupado por el pobre liderazgo del General al mando que intentó hacer que las tropas se retiraran, pero fue enviado costa arriba a operaciones guerrilleras. Contrajo el cólera y una vez más estuvo al borde de la muerte y sobrevivió.

Evidentemente se lo estimaba mucho, ya que en abril de 1823 fue nuevamente ascendido, esta vez a General y quedó a cargo del Ejército Peruano. Es cierto que no había muchos hombres en la armada, posiblemente alrededor de 2.000, pero Miller tenía una capacidad  de organización excelente, por lo que  pronto logró tener a sus hombres en condiciones.

El segundo ataque costero también significó un gran fracaso para los Patriotas. Si bien Miller pudo tomar Arequipa, la ciudad principal, ulteriores derrotas obligaron a los Patriotas a desembarcar. Miller fue dejado atrás para desandar camino a lo largo de la costa.


CAOS Y DESASTRE

Luego del retiro de San Martín las fuerzas para la lucha por la independencia quedaron en confusión y desorden. Faltaban líderes, y los militares y los políticos peleaban por hacerse con el control. Los primeros conflictos entre los Patriotas surgieron cuando los peruanos intentaron expulsar a las tropas colombianas, argentinas y chilenas. Los españoles supieron sacar ventaja de esta situación: recuperaron la capital -Lima- y sitiaron a los Patriotas en el puerto de Callao.

En un marco de desesperación por solucionar esta situación se convocó a Simón Bolívar para que se hiciera cargo del gobierno de Perú y disputara el control que los españoles ya habían recuperado en la mayor parte del país. Bolívar llegó con 4.500 frescos soldados colombianos, que sumados a los peruanos y a las siempre menguantes tropas argentinas y chilenas le permitieron formar un ejército de aproximadamente 7.000 hombres.

Simón Bolívar
Bolívar reorganizó el ejército, se aseguró de que las tropas recibieran alimentos y paga con regularidad y restableció la disciplina. Miller fue nombrado General de la Caballería Peruana, un tributo impresionante para un “gringo”. Dice de su caballería: “Cuando la vista se acostumbra al poncho y a la apariencia descuidada de los hombres y los ha visto en acción, uno debe admitir que no existe caballería europea que pueda con los lanceros gauchos a caballo”.
 
General William Miller
Prosigue: “La caballería Patriota estaba compuesta por quizás los mejores jinetes del mundo. Los Gauchos de las Pampas, los Guasos de Chile y los Llaneros de Colombia están acostumbrados a montar desde muy niños. Un Gaucho que no pudiese levantar un dólar del piso a todo galope sería considerado un jinete mediocre. A menudo guían a su caballo sin utilizar las riendas, y si un jinete cae, tal es su postura en el caballo que queda de pie y muy rara vez sufre la más mínima herida”.

Para un extranjero – y de veintiséis años- liderar con éxito un cuerpo de jinetes tan diestros, individualistas e indisciplinados debe de haber requerido una capacidad prácticamente inconcebible. Mas, evidentemente, su actividad con la guerrilla le había granjeado el cariño de estos toscos y duros jinetes. La mayoría de sus hombres eran Montoneros. Este grupo estaba “Principalmente compuesto por hombres de cierta respetabilidad cuyas moradas habían sido arrasadas por la implacable sed de venganza de los Realistas. Cada Montonero tenía que vengar sitios donde antes se habían erigido pueblos y ciudades. Cada Montonero tenía que vengar a sus padres, hijos, familiares, o vecinos, que habían sido masacrados por los españoles. Eran crueles e implacables con el enemigo, pero generalmente se portaban bien con los inofensivos lugareños”.


LA VICTORIA FINAL

Los españoles se habían retirado de Lima y marchado hacia la zona alta; de esta forma se iban preparando los campos de batalla.

La primera batalla, en Junín, el 6 de agosto de 1924, fue puramente de caballería, no se disparó ni un arma. Los jinetes atacaron a tal velocidad que los soldados enemigos, golpeados por sus lanzas, fueron arrojados de sus monturas. La primera arremetida española logró quebrar a la caballería patriota y muchos de sus jinetes se aprestaron a retirarse, pero los españoles no se reagruparon, y un contraataque de Miller y sus hombres puso a los españoles en retirada. Bolívar quedó tan impresionado con Miller y su caballería que les dio el título honorífico de “Húsares de Junín”.

Bolívar tuvo que regresar al norte y dejar sus tropas al mando del General Sucre, un venezolano, y tres subordinados: los Generales Córdoba (un colombiano que quedó a cargo de las tropas colombianas), De la Mar (un peruano) y Miller (responsable de la caballería colombiana, peruana y de Buenos Aires).


En la gran batalla final de Ayacucho fueron los salvajes jinetes sudamericanos los que hicieron la diferencia y los dos Generales que merecen crédito por la victoria son Córdoba y Miller. Un historiador estadounidense define a este último como “el hombre más sorprendente de toda la lucha por la Independencia”, un juicio más que merecido.

General Córdoba en la batalla de Ayacucho, 1824

LA PAZ

Inmediatamente después de la batalla, Miller fue nombrado Prefecto de la rica provincia de Potosí. Este joven infatigable acometió con celeridad la ardua tarea de eliminar la corrupción en la administración: a los indios se les otorgó por primera vez una paga real por su trabajo, se despidió a los funcionarios improductivos, se logró ahorrar a gran escala, se reabrieron minas, se barrieron las calles, se reorganizó la policía y se estableció el servicio postal.

Desgraciadamente para la gente de la provincia, la salud de Miller desmejoró a tal punto que decidió tomarse licencia por enfermedad y regresar a Inglaterra.

Cuando partió, Bolívar escribió: “El mando de nuestra caballería recayó en él en la batalla de Junín, en la que se condujo con la valentía que siempre lo ha caracterizado. Lo conservó en la batalla de Ayacucho, en la que desplegó toda su osadía y buen tino, que contribuyeron en gran medida a la victoria. El General Miller estuvo entre los primeros que se comprometieron a lograr la libertad de Perú, y es de los que se quedaron hasta el final para contemplarla. Su dinamismo, su moderación y su integridad se ganaron la estima de sus comandantes en los distritos en los que presidió como magistrado”. “El General Miller nunca tomó partido por ninguna de las facciones que han agitado Perú; por el contrario, los sucesivos Gobiernos y los distintos Generales que han comandado las fuerzas armadas han tenido confianza ilimitada en su lealtad”.

San Martín, escribiéndole a Miller muchos años después, dice: “De haber tenido la buena fortuna de contar con seis oficiales como Usted en el ejército que yo comandaba, con sus virtudes y sus conocimientos, estoy seguro que la guerra en el Perú habría terminado cuatro años antes”.

En su regreso a Inglaterra Miller realizó un tour triunfal hacia el sur con destino a Buenos Aires, durante el cual, al menos en las ciudades provinciales, celebraron su fama y sus hazañas. En Salta el Gobierno Provincial le otorgó 450.000 acres en concesión –un gesto que los indios que habitaban dichas tierras probablemente distaban de consentir- pero incluso en esos días, y considerando la pobreza de la tierra, era un presente impresionante y que sin duda indicaba el gran interés que tenían en que se radicara en esa fascinante parte del país. Lamentablemente no sabemos nada más en relación a esa propiedad.

Al continuar con su viaje se tomó su tiempo para demostrar su inclinación humanista reprendiendo a los oficiales brasileños por maltratar a los esclavos. Cuando regresó a Canterbury su fama lo había precedido y le fue otorgado el “Freedom of the City” (Libertad de la Ciudad), un reconocimiento sincero que muchas veces se conseguía comprándolo, aunque ciertamente no fue así en el caso de Miller.

Evidentemente recuperó su salud, pero debe de haber tenido la fortaleza de un buey, porque cuando falleció se descubrió que tenía cicatrices de veintidós heridas, y que todavía tenía dos balas alojadas en su cuerpo.

Adecuar esa fama y excitación al parroquial Kent debe de haber sido un calvario para él, por eso no es sorprendente descubrir que sucumbió a la tentación y aceptó el ofrecimiento de volver a Perú como Jefe de Personal. Probablemente fue gracias a su diplomacia que haya sobrevivido tanto como cinco años en el cargo, en medio de la conmoción política que caracterizó a la post-independencia en Sudamérica, antes de ser exiliado sin preámbulos.

A continuación consiguió el cargo de Cónsul Británico en las que hoy son las Islas Hawaianas y pasó catorce años allí. Es difícil imaginar que esta tierra del loto haya sido un destino feliz para un joven tan enérgico. En verdad Perú continuó ejerciendo una gran atracción sobre él, ya que regresó al país una vez más mientras aún detentaba el título de Mariscal de Ayacucho, si bien aún no le pagaban la pensión que tenía estipulada.

Murió en1861 a la edad de sesenta y seis años, en Perú, y fue sepultado con honores militares en Lima.


RECONOCIMIENTO

Miller recibió poco reconocimiento, excepto en Perú, por su rol crucial en la independencia del sur de Sudamérica. Es verdad que cumplió su servicio en Chile, Bolivia y Perú, pero fue reclutado por el Ejército Argentino, fue uno de los primeros oficiales en desembarcar en Perú -uno de un número muy reducido- y el único oficial veterano que sobrevivió para luchar en las batallas finales de las guerras por la independencia.

Sin lugar a dudas fue el más notable y victorioso de todos los oficiales designados por San Martín, y su contribución militar para la derrota de los españoles fue inmensa.

Este comandante valeroso, eficiente y leal obtuvo poco -si es que algún- reconocimiento por sus logros en Argentina, Bolivia y Chile (aparte, quizás, de una calle nombrada en su honor en una zona común de Buenos Aires).

Merece más.

REFERENCIAS
“Memoirs of a General”, Tomo I y II, John Miller, 1828
“Journal from Buenos Aires, Capitán Andrews, 1827
“British Exploits in South America, W. H. Koebel, 1917
La Emancipación de Sudamérica”, Bartolomé Mitre, 1893
“Bolívar”, Salvador de Maradiaga, 1952
“When Canterbury Honoured a Hero”, Kent Life, 1983
“Travels in Lima and Peru”, A. Pollock, 1826
“Cartas de San Martín”, ed. José Otero
“Narrative of Services in the Liberation of Chile, Peru and Brazil”, Thomas Earl of Dundonald (Lord Cochrane), 1859
“Eagles of the Andes”, Carlton Beals, 1963
“An Honourable Warrior”, Thomas Hudson, 2001
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(1)  N. del T: El nombre oficial de este batallón era “de Pardos y Morenos”
(2)  N. del T.: En castellano en el original

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