7.2.11

CAPÍTULO VI - El desarrollo de la Patagonia

George Chaworth Musters llevó a cabo una de las más grandes hazañas en la historia de la exploración británica del siglo XIX, hazaña que quizás solamente fue igualada por Richard Burton cuando visitó la Meca disfrazado. Musters se hizo merecedor de esta breve llamarada de gloria al principio de la década de 1870 por ser el primer europeo en viajar del sur al norte de la Patagonia acompañado por los indios patagones.
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George Chaworth Musters
Lo que resulta tan extraordinario acerca de esta exploración es que, en sus viajes con este pueblo nómada, su modo de vida se adaptó por completo al de ellos: vestía cueros de guanaco, comía lo mismo que ellos y dormía y montaba igual que ellos.

Contó su historia, con gran modestia, en un libro titulado At Home with the Patagonians” (Vida entre los patagones), que se agotó hace mucho y que por lo tanto se ha vuelto un escaso artículo de colección. Fue leyendo ese libro que se suscitó mi interés en la Patagonia, y particularmente en cómo contribu-yeron los británicos a su desarrollo.

Luego de esta primera incursión europea, la Patagonia quedó totalmente inalterada por más de tres siglos y medio. Es cierto que esta “Siberia” sudamericana no podía considerarse un hábitat muy tentador, pero los europeos habían poblado otros sitios inhóspitos en los siglos XVIII y XIX.

¿Por qué, entonces, cuando finalmente comenzó su desarrollo económico, a fines del siglo XIX, fue principalmente por el resuelto empeño de pioneros galeses, escoceses e ingleses?

Si bien es cierto que las fértiles extensiones del centro y el norte de la Argentina estaban colmadas de capitales, administración y tecnología británicos, los granjeros provenientes de Gran Bretaña eran relativamente pocos. Sin embargo, en la Patagonia la mayoría de ellos eran de linaje británico. ¿A qué se debía esto? No hubo otro lugar, fuera de la Commonwealth, y por cierto no en Latinoamérica, en donde los granjeros hayan tomado la iniciativa de convertir un ambiente de subsistencia rural en una exitosa economía de producción.


CONTEXTO

La Patagonia es una tierra inmensa, yerma, despojada de árboles y arrasada por los vientos. Se extiende unos dos mil kilómetros de norte a sur (aproximadamente la misma distancia que hay entre Londres y Atenas) y tiene alrededor de 500 kilómetros de ancho (la distancia de Londres a Suiza) en casi toda su longitud:… en estas tierras sopla un viento casi constante, que en  verano parecía surgir directamente de una caldera –era  normal que las temperaturas alcanzaran los 33º centígrados, y muchas veces llegaban a  sobrepasar los 38º”, escribió Mollie Robertson, quien pasó su infancia allí.

Mollie Robertson

La alta barrera para la lluvia que constituyen los Andes afecta toda la zona, con excepción del extremo sur de la Patagonia: debido a esto, la mayor parte de la región es una meseta seca y sin árboles. Aunque son pocos los ríos importantes que surcan estas tierras, los tramos norteños poseen, sin embargo, potencial de riego. Los pequeños ríos y las napas subterráneas que recorren casi toda la zona sustentan un escaso manto vegetal y entrañan un gran potencial para modestas actividades agrícolas. Las estribaciones del este de los Andes ofrecen un ambiente más rico, aunque más remoto, con lagos, árboles y un paisaje espléndido. Muy al sur, en Tierra del Fuego, la lluvia y los vientos del Pacífico penetran los Andes y han llevado, según Darwin, a “un grado de misteriosa grandeza en esas montañas, que se suceden una tras otra, entre las que se interponen profundos valles, y todo cubierto por una masa de boques impenetrables y sombríos”. Continúa: “cuando se mira hacia el sur desde Puerto Hambre las montañas parecieran, por su aire tenebroso, llevar hasta más allá de los confines del mundo”.

Sin embargo, la mayor parte de la Patagonia es una planicie ondulada e infinita, apenas cubierta por un ralo manto vegetal. Sin maderas para construir viviendas para protegerse del viento y del frío, y como el suelo no es propicio para hacer construcciones de adobe como las de las pampas, los inmigrantes europeos tenían que ser muy valientes –muchos dirían imprudentes- y decididos, y contar con una fuente inacabable de fortaleza física y mental para lograr sobrevivir –ni qué decir de salir adelante por sí mismos- en ese inhóspito entorno.


LA PATAGONIA Y SUS PRIMEROS HABITANTES

Los tehuelches, indios nómadas que deambulaban por la Patagonia desde Río Gallegos, al sur, hasta Río Negro, al norte, habían logrado sobrevivir con los escasos recursos que le ofrecían estas tierras. Vivían a base de guanacos, ciervos y ñandúes. Eran altos, medían hasta 1,80 m., y les deben de haber parecido enormes a los europeos en el siglo XV, especialmente porque estaban cubiertos por grandes cueros de guanacos despiojados (“usted sabe, Musters”, dijo un indio, “estos piojos nunca duermen”) y con los pies envueltos en pieles (de ahí su nombre patagón, por lo grandes que parecían sus pies).

Su gran tamaño sugiere que a pesar de lo inhóspito de la región, la nutrición no debía de significarles un gran problema. Más al sur, en Tierra del Fuego, había tres comunidades de indios; los llamados onas, que vivían principalmente a base de guanacos, y los yámanas y alacalufes, que se alimentaban mayormente de mariscos, que podían hallar en fría abundancia. Probablemente había sólo unos cinco mil de ellos, y tres mil tehuelches, pueblo que era mucho más nómada.

Tehuelche

Ona

 

 



Yámana

 
Alcalufe
 











Su característica más notable era su capacidad para soportar el frío. No se hacían ningún problema si tenían que nadar en las frías aguas de los estrechos o sumergirse en los helados ríos de la región. Musters descubrió que los tehuelches se bañaban casi todos los días, y que dormían a la intemperie, protegidos por escasos cueros de guanaco. Sus refugios eran o precarios toldos construidos con esos cueros o guaridas hechas con los árboles más australes del mundo.

Quienes tuvieron el tiempo, el interés y el ingenio necesarios para lograr conocerlos bien descubrieron que eran una comunidad inteligente, agradable, y que se había adaptado por completo a ese medio inhóspito, aunque acostumbraban a beber en exceso cuando disponían de alcohol, lo que los llevaba a pelear encarnizadamente. Cuando iban a beber alcohol por algún festejo, las mujeres y los niños se ocupaban de poner las armas lejos del alcance de los hombres.

La llegada de los pobladores europeos marcó el fin de su modo de vida nómada, y aunque algunos de los pioneros más iluminados lograron convertirlos en trabajadores rurales muy competentes, para otros se volvieron un fastidio.

Como ya mencioné anteriormente, los animales que habitaban estas tierras eran en su mayoría guanacos, ciervos y ñandúes, a los que pueden agregarse zorros, y pumas merodeadores. También había, y aún hay, gran riqueza y variedad de pájaros y peces, gracias a que estas poblaciones autóctonas lograron sobrevivir en un nivel aceptable. Una deliciosa receta de huevos revueltos consistía romper la parte superior de un huevo de ñandú, revolver su contenido con un palito, y colocarlo sobre el fuego. Pareciera que las verduras eran prácticamente desconocidas, pero había fruta en el norte, particularmente manzanas, que probablemente habían sido introducidas por los jesuitas en el siglo XVIII.


EXPLORADORES Y VIAJEROS BRITÁNICOS

En marzo de 1519, luego de un viaje de tres meses, Fernando de Magallanes, con una flota de cinco pequeños buques –el más grande era de sólo 110 toneladas- ancló en San Julián. Llegó, colgó a uno de sus resentidos capitanes y, después de pasar varios meses reparando sus embarcaciones, ya que no estaban en condiciones de navegar, secuestró un par de indios amistosos y desesperados y emprendió la concreción de una de las mayores hazañas de navegación de la historia.

Fernando de Magallanes

El descubrimiento español de esta nueva ruta hacia las Indias provocó un breve auge de expediciones, de las cuales la mayoría culminó de manera desastrosa. Hubo siete expediciones, y de los veintiún barquitos que se lanzaron al océano, sólo regresaron nueve, y en estos sólo habían sobrevivido uno de cada cinco tripulantes. El costo era excesivo y, tan pronto los españoles descubrieron que podían transbordar sus mercancías por el istmo de Panamá a Perú y Manila, se dieron por vencidos en sus intentos por navegar esta nueva y formidable ruta.

No es sino hasta 1578 que encontramos otro registro de un europeo que arriba a la Patagonia. Esta vez es Francis Drake quien, también con cinco barcos, atraca exactamente en el mismo sitio en que lo había hecho Magallanes y quien, también como su ilustre predecesor, ahorca a uno de sus capitanes amotinados. Drake emprende un exitoso tour de saqueo por los indefensos asentamientos españoles que se encontraban sobre la costa del Pacífico, para regresar de su viaje alrededor del mundo con sólo una embarcación – el Pelican – cargada con un gran botín (una de las empresas más lucrativas de los corsarios británicos).


Sir Francis Drake
 
The Golden Hinde/The Pelican
El saqueo de los territorios del Pacífico tuvo un efecto secundario traumático y desastroso, tanto para los españoles como  para el futuro de la Patagonia. Se decidió que era necesario establecer un asentamiento en Tierra del Fuego para evitar que los piratas británicos se introdujeran en el territorio y saquearan los depósitos de metal precioso de los españoles en el Pacífico. Uno de sus capitanes más distinguidos atravesó los estrechos, partiendo desde Chile en Febrero, e informó que el clima era cálido y ecuánime, casi europeo, que en la zona abundaban las riquezas naturales y que hacía “tanto calor como en España”. En consecuencia, el gobierno español decidió establecer una colonia en dicha zona, y en 1581, una gigantesca flota española de veintitrés barcos, con más de tres mil quinientos hombres, zarpó hacia el Estrecho de Magallanes. Una tormenta hundió inmediatamente cinco barcos con ochocientas personas pero el resto siguió viaje. Sólo cinco barcos lograron llegar a los estrechos en 1584, y dejaron allí a cuatrocientos hombres y treinta mujeres para establecer una colonia. Las provisiones que les habían prometido nunca llegaron, y cinco años después un capitán inglés que pasó por esa zona encontró a un único y famélico sobreviviente.


Sin duda este terrible desastre sirvió como un doloroso recordatorio por muchas décadas, si no siglos, de los problemas que significaba poblar el tormentoso fin del mundo.

Durante los tres siglos que siguieron numerosos barcos británicos visitaron estas tierras: Davy, Byron, Cavendish, Cook, y  Wallis. La visita más interesante fue, quizás, la de Sir John Narborough en 1670, que nos dejó algunos mapas trazados con gran belleza (ver imagen) y reclamó este territorio para Inglaterra. Pero no hubo más asentamientos, ni más expediciones tierra adentro, hasta el siglo XIX.


Existe, sin embargo, una excepción: la expedición de Thomas Falkner y su descripción sobre la Patagonia, publicada en 1774, sobre las cuales escribí en el primer capítulo.

La siguiente contribución al conocimiento de esta parte del mundo fue llevada a cabo a fines de 1820 por buques de investigación al mando de los capitanes FitzRoy y King, que dejaron una serie de cartas náuticas costeras que todavía se siguen utilizando en la actualidad. La mayoría de los accidentes geográficos de la costa recibieron nombres en inglés, muchos de los cuales han sobrevivido hasta el día de hoy; nombres como por ejemplo “Isla Desolación” (“Desolation Island”), “Bahía Inútil” (“Useless Bay”), “Seno Año Nuevo” (“New year’s sound”) y “Londonderry Island” atestiguan arduos años de hazañas navales de Gran Bretaña.

Capitán Fitzroy
El mismísimo FitzRoy cobró fama por ser el capitán del barco en el que Darwin realizó su viaje por el Beagle.

Charles Darwin
 En 1832 Darwin describe en su gran aventura científica cómo desembarcó en lo que hoy se conoce como la ciudad de Carmen de Patagones y desde allí emprendió una excitante cabalgata hacia Buenos Aires, logrando apenas escapar de los indios, sin comer nada más que carne y durmiendo a la intemperie. Durante este viaje se encontró con el general Rosas, quien más tarde iba a ser un tiránico gobernante del país. Luego, más al sur, Darwin partió en una expedición hasta el río Santa Cruz, para lo cual tuvieron que remolcar el barco durante un gran tramo del trayecto, aunque, desgraciadamente, no llegaron a los Andes.

Las descripciones de Darwin son deliciosas, frescas y atrevidas; su autor transmite el entusiasmo que le provoca todo lo que experimenta, mientras aprovecha cada oportunidad que se le presenta para satisfacer su curiosidad, sin pensar jamás en su conveniencia o seguridad. Un personaje que difiere bastante del individuo enfermizamente cauteloso que tendemos a imaginar años después.

Su descripción de la Patagonia resume lo que muchos sentimos por ella: Al evocar imágenes del pasado veo las planicies patagónicas cruzar mi mente: no obstante todos  declaran que estas planicies son desoladoras e inútiles. Pueden describirse sólo por rasgos negativos: sin moradas, sin agua, sin árboles, sin montañas, sustentando meramente unas pocas plantas enanas. ¿Por qué, entonces, y esto no ocurre sólo en mi caso particular, estos áridos yermos se han prendido con tanta fuerza en mi memoria?

George Musters es un nombre al que hoy sólo rescata del olvido un lago nombrado en su honor en la Patagonia y un pequeño pueblo ferroviario. Pasó un año viajando desde el extremo sur hasta el norte patagónico. Si bien este primer relato sobre los habitantes de esas tierras escrito por un europeo es suficientemente notable de por sí, se destaca aún más por el hecho de que Musters realizó su viaje en compañía de indios tehuelches, andando con ellos, vistiendo también nada más que cueros de guanaco, comiendo sólo carne de guanaco y avestruz, y durmiendo en sus tolderías o, si era necesario, a cielo abierto. Su relato de la vida con los indios es único. Aprende a domar caballos salvajes, a luchar con los indios, a actuar como su emisario e intérprete y, finalmente, es aceptado ritualmente como uno de ellos. Aparte de ser un cuento de aventuras, la suya es una descripción antropológica de la vida entre los indios. No se nos ocurre otro explorador británico, durante esa gran era de la exploración británica, que haya pasado tanto tiempo viajando de esa manera.

Recalca que el área por donde ha viajado es realmente propicia para que se funden asentamientos “siempre y cuando se tenga en cuenta que a los europeos les llevará años de ardua labor el poder establecerse”. Desalienta, en cierta medida, a los inmigrantes británicos que “esperan llenarse los bolsillos en un año o dos y volver a Europa”, en comparación con los vascos que “son los mejores inmigrantes”. (Creería que ésta no es una de sus observaciones más acertadas).

Su historia está bien escrita, es fascinante cómo llegó a comprender a los tehuelches, a quienes consideraba un pueblo interesante e inteligente, propenso, sin embargo, a enredarse en riñas personales (una particularidad que, sumada a las enfermedades, ocasionó que después de un año de viaje, sólo sobrevivieran ocho de los dieciocho hombres que conformaban el grupo cuando lo emprendieron). Lamentablemente, su libro no volvió a imprimirse y es hoy un costoso artículo de colección.

William Henry Hudson de joven
Otro libro, Idle Days in Patagonia (Días de ocio en la Patagonia) un olvidado clásico británico menor, es una descripción del año que pasó el joven W. H. Hudson en el valle del Río Negro, no estrictamente en la Patagonia que uno imagina, ya que se trata de un valle irrigado, cercano al límite norte de la región, pero que vale la pena mencionar siendo que W. H. Hudson es uno de nuestro mejores escritores sobre la naturaleza y, particularmente, sobre aves. Como dice un crítico, cuando él escribe sobre los pájaros “sus palabras se derriten como música”. Hudson nació en Argentina y pasó el primer cuarto de siglo de su vida en las pampas, obsesionado con la vida natural que halló en esas tierras.

Luego, cuando se mudó a Inglaterra, escribió más de veinte libros sobre aves,  colaboró en la fundación de la Royal Society for the Protection of Birds (RSPB) (Sociedad Real para la Protección de las Aves), y fue, de hecho, su primer presidente. En Argentina es considerado uno de los mejores escritores por la maestría con que ha descrito sus campos. Escribió cuatro libros acerca de ese tema. Sus libros sobre el sur de Inglaterra lo convirtieron en uno de los autores naturalistas más destacados, aunque ahora se lo lee muy poco.

Sus relatos sobre la Patagonia tienen una cualidad mística, y la descripción que hace de la vida animal que pudo observar allí contiene una límpida belleza. Del entorno dice: “No es la imaginación, es la naturaleza en estos desolados paisajes, que por una razón que apenas podemos adivinar después de un tiempo, nos conmueve más profundamente que a otros”.

Hudson relata dos aventuras que vale la pena recordar aquí. La primera ocurre cuando va  navegando hacia a la Patagonia: debido al fuerte viento, el viejo transporte encalla por la noche, y la tripulación planea entonces, en secreto, tomar el único bote y abandonar a los pasajeros. Por suerte, el Primer Maquinista inglés, viendo que la tripulación trata de escapar, sale a toda velocidad y regresa, revólver en mano, al mejor estilo Boys Own Paper (1) (Ver nota al fin del capítulo), y dice, apuntándoles con su arma, que va a dispararle al primer hombre que abandone el barco. “Los hombres se escabulleron y desaparecieron en la penumbra”. Con la salida del sol lograron desembarcar en un paisaje desierto, y tuvieron que abrirse camino por sesenta kilómetros de tierras resecas y desiertas, hasta llegar al poblado más cercano.

En otra ocasión conoce, en la zona, a un inglés. Mientras se guarecen en una choza de troncos, en la cual Hudson apenas puede entrar parado “y mecer un gato sin descerebrarlo contra la pared”, se dispara él mismo con un arma, por accidente, en la rodilla izquierda y tiene que quedarse solo durante toda la noche mientras su amigo sale en busca de ayuda. Yace completamente arropado en un poncho de lana “…cerca de la medianoche me estremeció un curioso y leve sonido en medio del intenso silencio y la cerrada oscuridad. Lo sabía dentro de la cabaña, y cerca de mí. Al principio pensé que era el sonido de una cuerda que alguien deslizaba lentamente al ras del piso de arcilla. Encendí un fósforo de cera, pero el sonido había cesado. Era tal el silencio y la oscuridad que la choza en la que reposaba podría haber sido un amplio ataúd. Mas ya no me encontraba solo, de haberlo sabido, sino que tenía ahora un huésped, un  compañero de cama que sutilmente se había deslizado dentro de la choza para compartir el calor de mi abrigo y de mi persona; uno de cabeza con forma de flecha; de ojos sin párpados, como pulidos guijarros amarillos; de cuerpo largo, suave y sin extremidades, segmentado de forma extraña y cubierto por una escritura de caracteres místicos”.

Al amanecer su amigo regresó y lo ayudó a levantarse de la cama y, mientras se incorporaba, “debajo del poncho, yaciendo a mis pies, se movió lentamente una gran serpiente venenosa”.

Por suerte Hudson sobrevive y llega a convertirse en uno de nuestros primeros escritores naturalistas, y en uno de los más grandes.

William Henry Hudson

El primer libro de viajes moderno sobre la Patagonia fue escrito por Lady Florence Dixie, una aventurera intelectual -y una feminista temprana- que decidió irse de vacaciones a esa tierra remota porque era tan “extravagante”. En 1878 “llevando sólo un sirviente, porque los sirvientes ingleses no pierden oportunidad para dejar bien en claro que son un fastidio y un estorbo en expediciones de este tipo, y tienen la desagradable habilidad de enfermarse en los momentos más inoportunos” emprendió viaje con “su pandilla” de excéntricos aristócratas: sus dos hermanos, su marido, Lord Queensberry, Lord James Douglas, un amigo desconocido y Julius Beerbohm –tío de Max. Desembarcaron en Sandy Point –“un lugar más pavoroso que lo que sería posible concebir”- compraron más o menos unos cincuenta caballos y, con cuatro guías, se pusieron en marcha, tierra adentro.

Lady Florence Dixie

Dos aventuras sobresalen vívidamente en estas fascinantes vacaciones espartanas. La primera cuando se encuentran rodeados por pastizales en llamas y no tienen otra opción sino atravesarlos al galope para evitar quedar carbonizados; la segunda cuando acampan a quinientos kilómetros de Sandy Point y dejan a sus yeguas pastando en las cercanías. De repente ven que un padrillo salvaje se acerca a las yeguas, y que éstas se van tras él, por el monte, y los dejan abandonados a kilómetros del lugar donde habían hecho base. A esto lo sigue una carrera desesperada hacia el campamento para buscar un arma con la cual a espantar al seductor. Logran su cometido por tan sólo una fracción de segundo. A Lady Florence no le falta coraje ni sentido de la aventura, ya que lo siguiente que sabemos de ella es como corresponsal en Sudáfrica durante la guerra Bóer.

Los escritores que he mencionado fueron reconocidos en su época, pero ahora han caído, tristemente, casi en el olvido. Sirven para demostrar, sin embargo, que esta tierra remota tiene un pedigrí literario británico sorprendentemente distinguido, aunque, por supuesto, los protagonistas reales, los héroes reales, son quienes fueron y se quedaron allí.


POLITICA

La política fue crucial para el desarrollo de la Patagonia. Distante y con pocos recursos, la perspectiva de que su economía se desarrollara, en una era en que el transporte era tan costoso, dependía de que se hallasen allí minerales muy valiosos. Y estos no se encontraron hasta muy entrado su desarrollo.

Tanto Argentina como Chile, que detentaban derechos sobre la Patagonia, se encontraban en la primera parte del siglo demasiado enfrascados en las encarnizadas luchas por la independencia como para ir en pos de esta región. Interesados por desarrollar sus áreas más prósperas, y ocupados con las guerras con Paraguay y Perú, dejaban la cuestión de la Patagonia en una posición que no era prioritaria. No fue hasta la segunda mitad del siglo que los gobiernos tuvieron tiempo, interés y recursos para reivindicar sus derechos sobre el área.

Curiosamente sin embargo la única batalla que se libró en esta zona fue con Brasil, en 1827. Esta extraña y pequeña nota al pie de la historia es digna de mencionarse en este contexto debido a sus participantes.

Patagones, en el norte de la Patagonia, era un pequeño asentamiento de cuatrocientas personas que se utilizaba principalmente como base naval y para deportar prisioneros.

Había tres pequeños buques de la Marina Argentina anclados allí en 1827, cuando se aproximó a la costa una cantidad similar de buques de la Marina de Brasil, país con el cual Argentina estaba en guerra en esa época debido a una controversia respecto a los límites en el norte. Uno de los barcos brasileños –que no conocía bien el área- encalló, por lo que decidieron cambiar de estrategia y atacar desde tierra. Para no entrar en detalles basta con contar que los locales, superados en número, se las ingeniaron para hacerles creer a sus atacantes que eran muchos más que ellos. Los brasileños finalmente se retiraron e, incapaces de soportar la severidad del ambiente, se rindieron.

Lo más fascinante de esta historia es que el capitán del barco insignia argentino era James Bynon, de Swansea, y sus dos capitanes subalternos eran Dunlop y Borden.

James Bynon

El capitán de la flota brasileña era James Sheppard, y dos de sus capitanes subalternos eran Eyre y Watson. Y hay más: de los cuatrocientos marineros  “brasileños” que se terminaron rindiendo, doscientos eran británicos.

Este curioso y triste episodio –cuarenta y un hombres, incluyendo a Sheppard, murieron en el ataque- saca a la luz el papel que tuvieron los marinos británicos como tripulación de las marinas de los estados nacientes del continente, los últimos resabios de la marina de Nelson matándose unos a otros en territorio extranjero.

Fue Chile y no Argentina, sin embargo, quien inicialmente emprendió acciones para poblar la Patagonia. El primer asentamiento tuvo lugar en 1846 cuando se estableció una prisión en Sandy Point –luego llamada Punta Arenas. Argentina sólo comenzó a considerar la reivindicación de sus derechos sobre este territorio extenso y vacío durante la segunda mitad de ese siglo, cuando los indios fueron  eliminados de las provincias de las pampas durante la década de 1870. Para Argentina fue entonces prioritario lograr adelantarse y evitar que Chile reivindicara esas tierras despobladas.

Así fue que en marzo de 1865 se estableció el primer asentamiento –uno galés- en las márgenes del río Chubut, en la zona norte de la Patagonia. Alrededor de sesenta días después de su partida de Liverpool, el velero “Mimosa”, que transportaba cuarenta y tres hombres, treinta y dos mujeres, y setenta y tres niños -ciento cuarenta y ocho almas en total- depositó a todos sus pasajeros en la desierta costa del Golfo Nuevo. Los galeses dieron sus primeros pasos en este paisaje desértico vistiendo, créase o no, sus mejores ropas, esas que reservaban para el servicio religioso de los domingos. Antes de emprender a pie los 65 kilómetros de reseca planicie que los separaban de su destino, vivieron durante seis semanas en cuevas y carpas que levantaron en ese inhóspito entorno.

Este atrevido salto pionero en tierras virtualmente desconocidas fue impulsado por el interés que tenían en aferrarse a su herencia galesa, que en Gales estaba siendo rápidamente sofocada tanto por los inmigrantes que había atraído la revolución industrial como por la insistencia de que se enseñara inglés en las escuelas galesas.
Michael Jones
Un movimiento liderado por Michael Jones, un predicador ideológico, se ocupaba de buscar tierras a las que pudieran migrar los galeses protestantes, libres de la interferencia del gobierno y donde su propia cultura y lenguaje pudieran prosperar. Algunos habían partido hacia Estados Unidos, pero cuando se enteraron de las tierras vírgenes de la Patagonia, dos galeses viajaron a Argentina y lograron asegurarse fondos para establecer un proyecto de asentamiento en el valle del río Chubut. El gobierno argentino iba aportar 100 acres por colono, junto a cinco caballos, seis vacas, veinte ovejas, un arado, maderas para construir viviendas, maíz para alimentarse, y también árboles frutales. Los organizadores iban a conseguir granjeros con experiencia para inaugurar la tierra.
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Pocos de los que inmigraron tenían la experiencia que se había acordado con el gobierno de Argentina. Cuando llegaron al valle del Chubut, exhaustos, se puede imaginar su desaliento al encontrar que el lugar, lejos de parecerse a los arbolados valles de Gales –como les habían hecho creer- era una desértica cuenca, con lo que más tarde comprobaron que era el errante curso de un río.

El desastre se avecinaba, pero una visita del Presidente de Argentina  y un pago de $140 a cada colono alcanzaron, por el momento, para lograr que la mayoría decidiera continuar en el proyecto. Después de dos años de desesperación y penurias, durante los cuales una gran cantidad de colonos abandonaron el asentamiento, uno de los colonos descubrió que esas tierras podían regarse. 

El riego se implementó entonces con bastante rapidez y a los pocos años produjeron trigo, que se vendió muy bien en Buenos Aires. A estas ganancias se les sumaron las de las ventas de queso y manteca, y gradualmente se incrementó el número de colonos hasta el punto que en 1885 sumaban alrededor de mil seiscientos. El  trigo producido por los galeses en la Patagonia ganó un primer premio por su calidad en Chicago en ese mismo año.

Los pueblos de Gaiman, Trelew y Rawson fueron todos fundados por los galeses. Sobre el fin de ese siglo se establecieron nuevos asentamientos al pie de los Andes en Esquel y Trevelin. En 1886 se construyó, con capitales e ingenieros británicos, una vía ferroviaria que se iniciaba en la costa y se extendía hasta el valle. En este tendido participaron compañías reconocidas, como por ejemplo Livesey Henderson y Deloitte, entre otras. Luego el ferrocarril pasó a manos del Estado y eventualmente se extendió hasta Esquel.

Eran relativamente pocos los galeses involucrados en este proyecto de colonización tan demandante y que requería tanta valentía, probablemente entre todos no llegaban a sumar cinco mil. Si bien sus hijos sin duda acrecentaron este número, los reticentes inmigrantes se dieron cuenta de que, por esas ironías del destino, forzosamente necesitaban aprender castellano, y que sus hijos varones, habiendo nacido en Argentina, iban a tener que realizar el servicio militar obligatorio. Esto no había sido lo que, en su ingenuidad, habían esperado los colonos fundadores.

Hoy probablemente entre un 5 y un 10 % de la población de Chubut es de ascendencia galesa. Aunque realizan esfuerzos por mantener vivas su lengua y su cultura, el idioma oficial es el castellano y cada vez menos personas hablan galés.

Foto tomada en la década de los 40

El gran aporte que realizaron los colonos galeses a Argentina fue que llevaron más al sur la frontera del desarrollo, ayudaron a reivindicar los derechos de Argentina en el límite oeste de los Andes con Chile e introdujeron nuevas tecnologías y cultivos en el país.


TIERRA DEL FUEGO

En 1833 Gran Bretaña reafirmó su soberanía sobre las Falklands, conforme a la declaración de 1771, y retomó el control de las islas que se encontraban entonces en poder de Argentina. Gradualmente en las islas se comenzaban a criar vacas y ovejas –pero las ovejas resultaron ser más rentables. Para cuando hubieron transcurrido tres cuartos del siglo ya existía una pequeña pero creciente industria ovina, si bien la mayoría de la tierra ya había sido ocupada y había pocas oportunidades para que los recién llegados puedan convertirse en propietarios de la tierra.

Mientras tanto la Sociedad Misionera Patagónica (Patagonian Missionary Society) había cobrado gran interés en establecer una misión en Tierra del Fuego –inspirada por la conversión de los indios fueguinos que FitzRoy llevó a Inglaterra cuando regresó, en la década de1830. Al principio sus intentos misioneros terminaron en desastre. Los primeros murieron de hambre en 1850, estando bajo el liderazgo de Allen Gardiner, y un intento posterior de misionar, en 1859, culminó con la muerte de ocho misioneros en manos de los indios.
Allen Gardiner

La Sociedad Misionera Patagónica cambió entonces su política y estableció una pequeña base insular en las Falklands y allá llevaron de vuelta a los indios fueguinos para instruirlos. Gracias a este contacto, el hijo adoptivo del Reverendo Despard, que dirigía la misión, aprendió la lengua de los yámanas. Era Thomas Bridges, un muchacho notablemente joven que no sólo fundó la primera misión exitosa en Tierra del Fuego sino que continuó trabajando hasta que logró que se convirtiera en un fructífero establecimiento de cría de ganado ovino.

Reverendo Despard

Thomas Bridges
Thomas fue, sin lugar a dudas, un personaje multifacético ya que, además de ser misionero, desarrolló un profundo interés por la lengua local y elaboró el único diccionario que ha existido de lengua yámana. Todo esto lo ayudó a trabajar con las poblaciones autóctonas. En 1868 Thomas identificó a Ushuaia como un sitio propicio para asentar su misión y eventualmente se mudó allí, donde trabajó durante quince años como misionero. Por más de veinte años su único contacto regular para obtener provisiones fue con las islas Falkland.

El conocer la lengua de los indios le permitió a Thomas comunicarse con ellos y mantener con éxito una misión en Ushuaia. En la década de 1880 representantes Gobierno Argentino se sorprendieron al descubrir allí un asentamiento de trescientas personas sobre cuya existencia no tenían ni la menor idea. Esto culminó en que, en 1886 la Argentina asignara un gobernador para la zona e izara su bandera en el asentamiento, que se convirtió en la capital de Tierra del Fuego.

Después de realizar durante veinte años el trabajo de misionero Thomas Bridges decidió abandonarlo y establecerse como criador de ovejas. Había introducido unas pocas ovejas años atrás, en 1870, pero ahora, con 50,000 acres que le había otorgado el gobierno en arrendamiento, se iba a dedicar a los negocios.

Fue muy criticado por abandonar su vocación, pero que la codicia fuera su motivación dista mucho de ser verdad. Se debe de haber desengañado al ver el efecto destructivo que la nueva cultura tenía sobre estas frágiles sociedades, efecto que se agravaba porque las enfermedades europeas, nuevas para los indios, estaban empezando a diezmarlos. Al establecer una gran “reservación” comercial y dar trabajo en ella a los nativos hacía mucho más por preservarlos y ayudarlos, francamente, que lo que hacía la iglesia.

Luego de un comienzo lleno de complicaciones construyó junto a sus hijos el primer establecimiento de cría de ovejas en Tierra del Fuego. Existe una historia divertida acerca del miedo que estos ovinos de mirada inquietante causaron a los zorros que habitaban una de las islas fueguinas en las que introdujeron ganado: los pobres animales huyeron nadando aterrados.

Al parecer, la determinación de los hijos de Thomas Bridges no fue menor que la de su padre, y se dedicaron de lleno a consolidar y expandir su obra. E. Lucas Bridges, uno de sus hijos, escribió Uttermost Part of the Earth (El último confín de la Tierra) libro que ya es, con justicia, un clásico menor, no sólo porque describe el esfuerzo humano que se necesitó para poder cambiar este difícil entorno, sino por su relación con los nómades onas y por la profunda comprensión que llegó a tener de ese pueblo. Es raro encontrar el “gen” del pionero combinado con un discernimiento tal que sirva para ayudar a que estas culturas ancestrales se adapten y puedan sobrellevar tantos cambios. Bridges, al igual que Musters, nos ha dejado una obra antropológica muy valiosa.

E. Lucas Bridges

La fuerza física que se requería para prosperar en este inhóspito territorio queda de manifiesto cuando relata cómo emplazó su propia estancia. Obtuvo en arrendamiento 50.000 acres en el norte de Tierra del Fuego, pero para llegar a dichas tierras tuvo que abrir una picada de 160 km. a través de bosques de montaña prácticamente impenetrables. Lograrlo le llevó casi un año, incluso contando con la ayuda de los onas. Algunas noches, cuando pretendía acostarse –por supuesto, a la intemperie- hacía tanto frío que la única forma de mantenerse en calor era jugando a luchar con los onas que lo estaban ayudando. Cuando el camino estuvo terminado pudo regresar a pie al rancho de su padre en sólo dos días –caminando 65 km. por día, cruzando y volviendo a cruzar en su camino el mismo río, hasta cien veces. Con la realización de esta picada pudo llevarse mil doscientas ovejas e iniciar su propio rancho.

Finalmente construyó su estancia, que contaba con ciento veinte mil ovejas, y descubrió que, a diferencia de lo que les ocurría a muchos otros estancieros, los onas podían servirle muy bien como pastores, por lo que los empleó pagándoles lo mismo que se le pagaba a los peones en Europa. Su estancia se extendió a 254.000 acres, empleaba a treinta onas como pastores y contaba con cien perros ovejeros. Su intento de crear una “reservación” para los onas tuvo un éxito rotundo.

Mientras los Bridges ampliaban sus actividades, las ovejas que eran traídas desde las Falklands, vía Punta Arenas, proliferaban en ranchos de chilenos y europeos en distintas zonas de la tierra más austral del continente. Pero incluso Punta Arenas dependía de las Falklands, y uno de los primeros empresarios allí fue Henry Reynard, quien también fue uno de los primeros criadores de ovejas de la Tierra del Fuego chilena. Más tarde se mudó a Santa Cruz, en Argentina, en donde se convirtió en el primero en venderle lana a Gran Bretaña, el primero en importar una esquiladora y el primero en instalar una grasería.

Henry Reynard
Punta Arenas, población chilena establecida a mediados del siglo XIX, se desarrolló gradualmente como un centro comercial, con barcos que provenían de la costa este de Norteamérica que entraban para abastecerse camino a las florecientes economías de Alaska y California. Para los granjeros de la Patagonia era el puerto franco principal.


LAS FALKLANDS

Eran las Islas Falklands, sin embargo, la clave para el desarrollo económico del sur de la Patagonia. Por casi veinte años fueron el único vínculo marítimo regular entre el remoto asentamiento misionero y la población de Tierra del Fuego, y se convirtieron en el centro principal de abastecimiento de ovejas.

En las Falkland se había desarrollado una floreciente industria lanar, y las islas tenían vínculos marítimos con Montevideo y Europa. El cambio que finalmente hizo posible el desarrollo económico fue el barco a vapor. Los costos del transporte disminuyeron drásticamente al mismo tiempo que la duración  de los viajes se acortó de meses a semanas y el volumen de los cargamentos se multiplicó considerablemente.

La Patagonia estuvo lista para desarrollarse. Los catalizadores fueron mayormente los criadores de ovejas ingleses y escoceses, pero los obstáculos físicos a los que tenían que enfrentarse eran desalentadores. No obstante, la tentadora oferta del gobierno argentino de arrendamientos de 50.000 acres o más debe de haber deslumbrado a los granjeros y pastores acostumbrados a pensar en términos de decenas o centenas de acres.

En 1885 en el desierto y árido estuario de Río Gallegos, William Halliday, su esposa, su suegro y sus siete niños desembarcaron de un pequeño barco de vapor cargando todas sus pertenencias. William había estado trabajando en su granja en las Falklands durante algunos años y, con ansias de expandirse, había visitado el área y logrado arrendar tierras del gobierno argentino para establecer una granja en esa zona remota.

Habían bajado dos botes para transportarlos a tierra con todas sus posesiones cuando los golpeó el desastre. El segundo bote se hundió en un turbión, y con él se perdieron las carpas, las municiones, las mantas y la comida. El resto de sus cosas llegó a destino, y lograron improvisar una carpa en una pequeña hondonada entre los arbustos.

Cargaron las cosas que necesitaban y las llevaron a su campamento, dejando el resto provisoriamente en la playa, lejos del mar. Luego observaron partir el barco que los había llevado y, como había llegado la noche, se acostaron a dormir. Por alguna extraña razón Halliday no se había dado cuenta de que en esta zona las mareas son las más altas del mundo -16 metros- y, horror entre horrores, cuando se levantaron a la mañana descubrieron que el mar se había llevado todo lo que habían dejado sobre la playa.

Así que ahí estaban, abandonados, con siete pequeños, en una carpa improvisada en una costa completamente aislada, y con provisiones inadecuadas. El único alimento con el que contaban eran galletas marineras, y tenían una pava, una máquina de coser y una caja de herramientas. La población más cercana era Punta Arenas, a 190 kilómetros de distancia. El niño más pequeño tenía siete meses. El único rifle que tenían se había perdido, así que cazar para comer era imposible, y todavía no tenían ovejas para su estancia.

Dejando a su familia William Halliday emprendió viaje para recoger las setecientas ovejas que había comprado a $1 por cabeza. Le llevó cuatro días llegar a destino. Con dos perros pastores logró volver con sus ovejas en cinco días, a pesar de la nieve. Cuando estaba llegando se le escapó el caballo y durante todo el último día tuvo que recorrer el camino a pie. Por suerte, el caballo se le había adelantado y lo esperaba en su “casa”.

Su familia estaba a salvo, pero cada vez con más hambre, y se había salvado milagrosamente gracias a dos acontecimientos. Encontraron el rifle en la costa, donde había llegado arrastrado por la corriente, lo repararon y pudieron entonces cazar un guanaco. Luego, un cardumen fue arrastrado a la playa y, aunque no tenían sal, lograron conservar varios pescados congelándolos en la nieve.

Ahora parecían tener probabilidades de sobrevivir, pero el siguiente desafío que tuvieron que enfrentar fueron los ataques de los pumas a las ovejas. Podrían haber tenido un efecto devastador en el rebaño. La tercera noche los pumas atacaron y mataron a tres de sus preciadas madres, por lo que tuvieron que mantener una guardia continua para combatir a estos merodeadores.  William tenía tan sólo un caballo, seis perros pastores y la ayuda de su suegro. En noviembre tuvieron lugar las pariciones y nacieron doscientos cincuenta corderos –una tasa de reproducción de un 40 %, que era, dadas las circunstancias, aceptablemente alta.

Pasaron siete meses antes de que vieran un barco de nuevo, y durante ese tiempo tuvieron que adaptarse a los indios, a quienes aprendieron a respetar, y que fueron con ellos serviciales y amistosos. De a poco consiguieron madera y chapas onduladas, construyeron casas y cobertizos, corrales y cercos, y comenzaron a instalar bebederos, todo mientras continuaban defendiéndose sin parar de los omnipresentes pumas. A los pocos años Puerto Gallegos pasó a llamarse Río Gallegos, y se convirtió en la capital de la provincia de Santa Cruz.

Me complace poder contarles que veinte años después los Halliday llegaron a ser lo suficientemente prósperos como para regresar a Escocia y buscar colegio para sus hijos más recientes.

La zona prosperó rápidamente con otros criadores de ovejas –la mayoría británicos- y un visitante, a fines del siglo XIX, dijo de Río Gallegos: “El idioma normal parece ser el inglés, y uno tiene la sensación de estar en la vieja Inglaterra, o al menos en las Falklands. A excepción del gobierno, todo es inglés: las ovejas, el dinero, el idioma, las bebidas, las damas y los caballeros”.

Punta Arenas (en Chile) era, sin embargo, la población más grande en esa área y existía allí un Consulado Británico que servía “…de punto de reunión para los ocho mil británicos desparramados por toda la Patagonia y Tierra del Fuego; la cifra real registrada en el pueblo en 1901 era mil quinientos”.

Se realizaron muchos esfuerzos para importar ovejas desde Argentina, ya que el transporte desde las Falklands era caro y riesgoso: muchos animales morían durante el viaje. Si bien al principio la existencia de ovejas en el interior del país no era  significativa, lo llamativo es que desde allí pudieran llevar a la Patagonia siquiera una oveja. Transportar estos animales por tierra, cubriendo distancias de hasta mil quinientos kilómetros, requería esfuerzo y osadía (algunos dirían imprudencia). Uno de los primeros intentos de transportar los animales de esta forma fue llevado a cabo, en 1885, por un coronel argentino y un colono francés de las pampas, que llevaron ovejas al norte de Chubut. Un par de años después dos hermanos ingleses de apellido Rudd transportaron una majada más al sur, a Puerto Gallegos, y llegaron a destino después de dieciocho meses de marcha, aunque con sólo un tercio de los animales que tenían cuando partieron.

El trayecto  por tierra más largo y famoso fue organizado por cuatro estancieros: Jamieson, Hamilton, Saunders y Maclean. Les llevó casi dos años transportar cinco mil ovejas y quinientas yeguas desde las pampas hasta Puerto Gallegos. Esta hazaña extraordinaria no se repitió, sin duda el progreso de los medios de transporte marítimos causó que una tarea con tantas exigencias como ésta se volviera poco rentable. Pero como dice Borrero (en su historia acerca de la familia Jamieson) tuvo efectos secundarios importantes, porque demostró que las áreas del norte de la Patagonia –en Chubut- que hasta entonces no habían sido pobladas, podían ofrecer pasturas para la cría de ovejas. Esto causó la apertura del interior del Puerto de San Julián.


LAS CONDICIONES DE VIDA

Lo que de inmediato nos impresiona hoy de la historia de los Halliday que he relatado anteriormente (y que según ellos dista de ser atípica) es la increíble hostilidad del entorno doméstico al que los pioneros debían adaptarse. En la mayoría de las zonas en las que se establecieron los pioneros europeos no había árboles que pudieran utilizar para obtener combustible y maderas y para construir sus viviendas, así que tenían que ser importados al interior de la Patagonia desde la isla de Tierra del Fuego. Más al norte, en las pampas, y en general en toda América del Sur, las viviendas podían construirse sin problema con  adobe o con madera de los árboles de la zona. Además, las distancias que los separaban de los vecinos, la atención médica y las escuelas eran mucho más razonables. En el lejano sur no era posible acceder fácilmente a dichas instalaciones o materiales básicos (excepto por la madera, que sí abundaba en Tierra del Fuego).

Hesketh-Prichard

Hesketh-Prichard, que en 1905 emprendió por la zona una infructuosa búsqueda del milodón, describe la vivienda de un pionero galés que encontró en su camino: “en ese momento aparecieron delante nuestro tres chozas y tres vacas negras. Las chozas pertenecían a un galés, William Jones, quien había llegado hacía seis meses, con su mujer y sus seis niños”.

Luego, más al sur, en Santa Cruz, se encuentra con un tal Mr. Hardy, que vive “en el típico rancho con galpón, de chapa”.

Mollie Robertson describe así su casa en Río Negro: “la típica estructura de paneles de madera, su pintura, llena de costras y cuarteada a causa del clima, parecía la piel de un anciano. Un techo de chapa ondulada recibía y guardaba cada rayo de sol que lo tocaba, y durante las horas de la noche, cuando refrescaba, las chapas se contraían continuamente, haciendo un ruido como de disparos de un arma. En invierno no ofrecían ningún resguardo del frío del exterior para las habitaciones que cubrían”.

Robert Blake, uno de los pioneros de los primeros tiempos, describe las instalaciones de una estancia de la que se hizo cargo, en la que vivían diez hombres: “Aparte de los dos ranchos, la única construcción era el fogón, que no tenía ventanas y estaba techado por la mitad, debido a la escasez de madera. Aquí la mayoría de los hombres dormían en el piso. Las provisiones yacían alrededor, a la intemperie, y había basura por todos lados, porque ni siquiera habían cavado un pozo para tirarla”.

Robert Blake y su esposa

Si bien las condiciones laborales eran desalentadoras, presentaban un desafío y ofrecían una oportunidad para la creatividad que la mayoría de estos pioneros deben de haber disfrutado. Por cierto, al leer las poquísimas memorias que dejaron por escrito los pioneros, se ve que esta durísima realidad liberó la creatividad atávica que se les negaba en un entorno de mayor desarrollo. Para las mujeres la vida debe de haber sido mucho más difícil, si bien criar niños ha de haberles exigido creatividad total, y a tiempo completo. El espectro de las actividades que podían realizar se encontraba muy reducido ya que, durante los primeros años, los alrededores, las casas y los jardines eran más desoladores de lo que se podría imaginar.

Cuando Mollie Robertson describe lo que ha de haber sido un periodo mucho más llevadero para los pioneros, luego de la Primera Guerra Mundial, dice de su madre: “No había otra mujer blanca en cientos de millas a la redonda, la mesa de la cocina era de una madera astillosa, sin cepillar, el cielo raso estaba ennegrecido por el humo, y la arena se colaba por todos lados; no había perspectivas de conseguir mercadería durante meses, ni siquiera un superhombre podría haber hecho crecer un jardín en ese inhóspito suelo… Los días de mi padre estaban ocupados por completo con las ovejas; los almaceneros eran alcohólicos empedernidos o excéntricos solitarios; polvo, moscas, calor, soledad… los días deben de haberle parecido desgarradoramente vacíos”.

La soledad era a todas luces el problema más grave. El alcoholismo y el suicidio eran demasiado comunes. Quien fue Cónsul Británico en Punta Arenas en el año 1900  recuerda: “He sabido de más de veinte personas que se suicidaron. Quizás entre los británicos había una cierta desesperanza por estar en un país donde la vida resultaba tan ardua, sin expectativas de poder irse jamás.”

Un escritor argentino moderno (J. Borrero, a quien he citado anteriormente) describe así la atmósfera que reinaba: “La soledad, que los envolvía en una lucha constante contra el ambiente hostil, conllevaba un inevitable sentimiento de abandono, especialmente durante las largas noches de invierno cuando la idea, la necesidad, de compañía femenina, de una familia, de un hogar, se transformaba en una obsesión y les dolía como si les perforaran el cuerpo con fuego y  hielo”.

En estas circunstancias era difícil conseguir trabajadores. La Argentina estaba de por sí poco poblada, y la mano de obra escaseaba incluso en las ricas pampas, de veloz desarrollo, en donde una nueva aristocracia terrateniente feudal se había apropiado de todas las tierras fértiles. La mayor parte de los trabajadores que llegaban a la Patagonia provenían del sur de Chile, de España, y de los Balcanes. Cuando los estancieros británicos se hubieron establecido trajeron incluso servicio doméstico inglés. Algunos de los ganaderos más lúcidos lograron ocupar a los indios como pastores, pero otros no pudieron entender -o soportar- su accionar, y los despidieron por holgazanes y ladrones.

A pesar de que las condiciones de vida y de trabajo en los campos eran tan difíciles, al principio muchos pastores e intrépidos granjeros británicos constituían la mayoría de la población rural. Sin embargo, los granjeros españoles, y particularmente los vascos, se estaban diseminando desde la Patagonia chilena, y muchos granjeros y trabajadores de Europa del Este habían comenzado a establecerse en el área. Pero en esos días la Patagonia era esencialmente británica. Los viajeros de la época hablan de una cadena de estancias: todas pertenecían o eran administradas por productores rurales ingleses o escoceses.

La libra esterlina era la unidad monetaria en circulación, y el inglés el idioma más común.


COSTOS HUMANOS Y SOCIALES

El progreso económico desafortunadamente tiene un lado oscuro, y son raras las ocasiones en las que ocurre algún cambio sin que haya perdedores además de ganadores. En este caso los grandes perdedores fueron los indios: ninguno sobrevivió a esta fatal invasión. No había gran cantidad de ellos, probablemente su número oscilaba entre ocho mil y diez mil, lo cual en cierta forma explica su rápida desaparición.

No hay casi dudas respecto a que mataron a tiros a muchos indios, había estancieros crueles e impacientes que ofrecían recompensas por sus cabezas. Tanto Lucas Bridges como Robert Blake se refieren a este asunto que aún hoy genera susceptibilidades. Sin embargo, tampoco existen muchas dudas acerca de que las enfermedades importadas de Europa fueron la causa principal de la extinción de tantas sociedades originarias.

Otro incidente trágico ocurrió justo al terminar la Primera Guerra Mundial cuando los trabajadores rurales fueron agremiados por anarco-sindicalistas, iniciaron una huelga y saquearon muchas estancias reclamando un aumento de su paga y el mejoramiento de las condiciones laborales. Si bien su reclamo era justo, tenían que tratar con estancieros que habían experimentado condiciones laborales mucho peores y que obviamente se oponían a rajatabla a este desmandado puñado de agitadores. Finalmente el Gobierno argentino envió tropas a la zona, y aunque los trabajadores agremiados se rindieron y se les dieron garantías acerca de su seguridad, aproximadamente trescientos de ellos fueron ejecutados sin ningún tipo de reparo, y sin compasión.


OVEJAS Y PERROS PASTORES
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Foto Caroline Holder
Sería conveniente concluir con unas pocas palabras acerca de los tenaces animalitos que hicieron posible el desarrollo de la región. La tierra, siendo apropiada para guanacos, ciervos y ñandúes, tenía obviamente capacidad para sustentar ovejas, que podían mordisquear hasta los últimos resabios de hierba. Necesitaban agua, que había en una cantidad razonable y que se les pudo brindar, al principio, gracias a los molinos de viento, y más tarde, con bombas. El mejoramiento de las pasturas no era económicamente viable hasta que no se utilizaran las pasturas naturales, e incluso en la actualidad sólo se justifica el mejoramiento de las pasturas si los costos se mantienen al mínimo, lo cual significa enriquecer gradualmente los suelos para que crezcan más pastos naturales.

El problema principal era cómo abastecerse de ovejas. Una vez que se resolvió este punto, que se erradicaron los pumas y que gradualmente se amplió la provisión de agua como para permitir un mayor aprovechamiento de las pasturas, cobró importancia el mantenimiento de la productividad de los rebaños. La eliminación -o al menos el control- de la sarna por medio de la inmersión era esencial, ya que esta enfermedad causaba graves pérdidas en la producción de lana.

foto Caroline Holder
En teoría la cría de ovejas parece ser muy rentable, ya que el producto (la lana) es una commodity renovable. Sólo se trata de esquilar un producto excedente y la inversión se reproduce a sí misma. Debe de haber sido tentador para muchos inversores potenciales calcular cuántas ovejas podían llegar a tener después de un lapso de cinco o diez años. Por ejemplo, si se comenzara con mil ovejas, posiblemente un número un poco grande para muchos productores, pero que en realidad es una base razonable, y suponiendo que la tasa de reproducción fuera de un 50% y la tasa de mortalidad de un 10%, se llegaría, al cabo de diez años, a tener más o menos veintiún mil ovejas. Con una tasa de reproducción más ambiciosa, de un 75% por año, se terminaría teniendo noventa y un mil ovejas en igual lapso. No es sorprendente, entonces, eso del “vellocino de oro”.

Pero por supuesto, esto sería ignorar las realidades de la región que afectaban directamente la actividad: los pumas patagónicos, la nieve y la sarna. El primer problema, los ataques de los pumas a las majadas, fue quizás el que se pudo resolver con mayor facilidad, ya que en unos pocos años se les había dado caza a estos animales. El problema de la sarna se podía tratar mediante la inmersión, pero esto requería un trabajo muy arduo, y también muy costoso. Mas sin duda la situación más grave la producían el invierno y la nieve: en un año William Halliday perdió tres mil ovejas. Si bien normalmente las ovejas podían sobrevivir cinco días bajo la nieve, encontrarlas requería mano de obra que no se podía conseguir con facilidad. El problema lo constituían los alambrados, ya que para sobrevivir y mantenerse sobre la nieve las ovejas tenían que estar en movimiento y, cuando chocaban con un alambrado, quedaban atrapadas bajo la nieve y morían. Podían morir de a cientos. La única solución ante estas circunstancias era cortar los alambrados ni bien caía una nevada intensa.

Sin embargo, incluso en malas condiciones, los principios de reproducción combinada brindaron a muchos criadores relativamente pobres la oportunidad de volverse estancieros exitosos, siempre y cuando contaran con valentía, decisión y un poco de buena suerte.

Las ovejas gradualmente se adaptaron a las condiciones climáticas de la Patagonia. Para lograrlo tuvieron que fortalecerse, y como las primeras razas que se criaban tenían la cara cubierta de lana y hacían que fuese necesario liberarles la vista -para lo cual se precisaba más mano de obra- se prefirió criar razas de cara despejada. La esquila mejoró, así que en la actualidad es común que se obtengan de 4,5 a 5 kilos de lana por oveja, y las expectativas en cuanto a reproducción alcanzan una tasa del 75%. Se están introduciendo nuevas razas de ovejas “patagónicas”.

Sobre fines del siglo XIX se incrementaron las inversiones británicas en frigoríficos, y la carne de cordero se transformó en una fuente de ingresos adicional. Al principio los precios eran muy bajos -se pagaba un penique por libra-, pero a medida que creció la demanda y se redujeron los costos de transporte, la producción de carne cobró mayor importancia, y es en la actualidad (1997), desde el punto de vista económico, tan importante como la lana.

Las “granjas” son, para los estándares británicos, inmensas: 30.000 hectáreas con alrededor de diez mil ovejas son, probablemente, más o menos el mínimo que precisaría un granjero para vivir bien, aunque sin grandes lujos.

Es bastante interesante el hecho de que hubo poca inversión de capitales de riesgo en la cría de ovejas en la Patagonia, aunque existen unas pocas excepciones de importancia. El desarrollo de la Patagonia dependió mayormente de la determinación y la competencia de quienes las administraban, lo cual conlleva un elemento azaroso que los capitales de riesgo hubiesen considerado inaceptable.

No estaría bien terminar sin no sólo mencionar, sino también rendir tributo, al perro ovejero, ya que sin él esta zona en la que tanto escaseaba la mano de obra nunca podría haber logrado su desarrollo. Originarios de Escocia, de inmediato se los comenzó a criar localmente, ya que eran vitales para vigilar a las ovejas. Además se introdujeron, a un costo considerable, nuevas razas provenientes de Nueva Zelanda, pero gradualmente hubo que adaptarlas a un suelo mucho más duro, ya que las almohadillas de sus patas eran vulnerables y se desgastaban. Si bien se desarrollaron almohadillas de piel especiales, de a poco fueron tomando su lugar animales oriundos de la zona, que se adaptaron mejor.

CONCLUSIÓN

Si bien tanto el capital como la inversión británica tuvieron un rol fundamental en el desarrollo de las Américas, el desarrollo de la Patagonia fue inusual por dos razones: la primera es que fue la única zona de Latinoamérica en la que los granjeros  británicos, cualquiera sea su número en relación al total de ellos, hicieron de hecho que la tierra produzca. Los pueblos principales resultantes de estos asentamientos fueron originalmente nombrados y poblados por estos granjeros británicos: Rawson, Gaiman, Trelew, Esquel y Trevelin en el norte, Ushuaia, Puerto Gallegos, Puerto San Julián y Puerto Coyle en el sur, a lo largo de la costa.

La segunda razón para considerarlo inusual es el entorno inhóspito que encontraron los pioneros ingleses, y que conquistaron gracias a su gran resolución. Aunque Canadá tenía inviernos aterradores, abundaba en maderas, el entorno era menos agreste y estaba mucho menos aislado del resto del mundo que la Patagonia. En África del Sur pueden haber existido zonas en las que la población nativa era hostil, pero tanto el clima como el entorno natural eran benignos en comparación con los de la Patagonia.

Una curiosa característica social que compartía la mayoría de los pioneros era que, a diferencia de muchos otros en distintos lugares del mundo, no habían dejado Inglaterra porque se los persiguiera por ningún motivo, ni tampoco huyendo de la pobreza o el desempleo. Si bien muchos habían sido pastores relativamente pobres, no formaban parte de una clase social relegada que buscara, con desesperación, sobrevivir. Todos necesitaban contar con algo de capital, y también de experiencia o conocimiento del oficio, para establecer sus granjas. Prácticamente no existieron inversiones de capital de riesgo en la explotación agropecuaria que provinieran de intereses de terceros; al menos durante el periodo inicial de desarrollo el crecimiento se debió a los pequeños campesinos criadores de ovejas.

Si bien era uno de los escenarios más inhóspitos en el mundo, uno tiene la sensación  de que era el desafío, la oportunidad, la ocasión de realmente triunfar, lo que impulsó a estos pioneros a poblar y desarrollar la Patagonia. Un triunfo del coraje y la iniciativa.

La Patagonia ha recorrido un largo camino desde los tiempos de la cría de ovejas. El carbón y luego el petróleo, junto a la inversión estatal en la infraestructura económica y social, han sobrepasado esos primeros esfuerzos, pero esta micro-historia de los logros británicos en el extranjero merece ser recordada.

REFERENCIAS

La mayoría de las fuentes son primarias, pero Stuart Blake, de la Patagonia, y Luis Borrero, también de la Patagonia -y autor de un reciente libro sobre uno de los primeros pioneros británicos, parte del cual tuve la suerte de ver-  me han brindado sus valiosos consejos.

“Navegantes Ingleses”, Asociación de Cultura Inglesa, 1954
Land of Magellan, W.S. Barclay, 1926
“Uttermost Part of the Earth”, E. Lucas Bridges, 1948
“Vidas patagónicas”, Carrera Falcón, 1950
“In Patagonia”, Bruce Chatwin, 1977
“Historia del Chubut”, Varios 1969
“Gesta Británica”, E. M. Fernández Gómez, 1996
“A Naturalist’s Voyage Round the World”, Darwin, 1839
“Across Patagonia”, Lady Florence Dixie, 1880
“Description of Patagonia, T. A. Falkner, 1774
“Idle Days in Patagonia, W. H. Hudson, 1893
“Patagonian Panorama”, Tom Jones, 1961
“From Falkands to Patagonia, Michael Mainwaring, 1983
“Where the Tempest Blow”, Michael Mason, 1933
“Stirling of the Falklands, Canon Bishop MacDonald, 1929
“Geografía económica de Santa Cruz”, A. Murello, 1929
“At Home with the Patagonians”, George Chaworth Musters, 1871
“Crisis in Chubut, Geraint Owen, 1977
“Capt. Allen Gardiner”, Jessie Page, 1936
“The Welsh in Patagonia, George Pendle, 1959
“Through the Heart of Patagonia, Hesketh Prichard, 1902
“Problemas del sur”, Gobierno de Santa Cruz, 1931
“The Sand, the Wind, and the Sierras”, Mollie Robertson, 1964
“The Wilds of Patagonia, Carl Scottsberg, 1911
“Tierra del Fuego”, Eric Shipton, 1974
Falkland Heritage”, Mary Treherne, 1974
“The Desert and the Dream”, Glynn Williams, 1975


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(1)  N. del T.: "Boys Own Paper" - revista británica de historietas para adolescentes, reconocida por sus historias de aventuras. Se publicó desde 1879 hasta 1967

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3 comentarios:

F C dijo...

Buen resumen de la historia reciente de esa región, pero extraño mayor detalle y critica en el triste aporte que tuvieron los británicos en el lamentable exterminio de los pueblos originales a manos de ambiciosos estancieros, buscadores de oro y cazadores de lobos marino y ballenas. Introdujeron el alcohol, enfermedades y las malas costumbres que lamentablemente hicieron estragos en estas almas ingenuas y generosas. Mataron por libra por oreja, violaron a las mujeres y denigraron a esos pueblos. La enorme mayoría de estos personajes fueron ingleses. Excepción son los misioneros y muy pocos hombres de buen corazón. La historia de la Patagonia, según el cristal con que se mire, es una de las mas penosas de los tiempos modernos.

Lonicera dijo...

Gracias por sus comentarios.

Coincido en términos generales con sus críticas - los pueblos originarios nómades han sido exterminados en todo el mundo donde ha existido la posibilidad de generar mayor productividad. Es un proceso triste e inevitable que comienza con el descubrimiento de la
agricultura. Sin el arraigo de la población en comunidades, que suplantó a los nómades, el desarrollo económico no hubiera sido posible. Hubo intentos
de realizar este cambio pacíficamente, pero la transformación total de una
cultura que debía adaptarse a la agronomía moderna fue demasiado difícil.

Los Jesuitas tuvieron éxito brevemente en el Paraguay y territorios limítrofes, pero requirió un sistema de control que sería difícil de imitar
hoy en día.

La mayoría de los pueblos originarios de la Patagonia murieron como consecuencia de la enfermedad, en contraposición a los de la pampa. Es cierto que hubo casos donde ciertos estancieros los mataron, pero existen testimonios que expresan auténtica vergüenza sobre estos hechos. El contraste con los testimonios de la Campaña del Desierto no podría ser más
extremo.

Nadie sabe con exactitud cuántos miembros de los pueblos originarios fueron ultimados en la Patagonia, ni cuántos murieron por enfermedades, pero es casi seguro que las enfermedades fueron más mortíferas.

Sabrá Ud seguramente que Lucas Bridges hizo mucho por la población Ona y les enseñó a trabajar de peones - pero parece haber sido una excepción.

Sus comentarios indican una opinión preocupada - y común - sobre el costo a nivel humano del desarrollo económico, pero me motiva a preguntarle lo siguiente:

Cree Ud realmente que habrían dejado a los Ranqueles tranquilos, asentados
en las tierras más fértiles del mundo? Y los billones de personas que han vivido y viven como resultado del uso más productivo de estas tierras?

Lonicera dijo...

Olvidé avisar que el comentario es de Gordon Bridger.